sábado, 11 de abril de 2015

El legado Supertramp



En 1961, una empresa constructora de Fairbanks (una pequeña ciudad de Alaska) obtuvo un contrato para construir una carretera en medio de un bosque. Esta empresa compró tres colectivos viejos, destinados a desguace, que habían pertenecido al servicio de transporte público de la ciudad. Esos típicos colectivos estadounidenses, como el que maneja el personaje de Robert de Niro en Una luz en el infierno. La idea era que en ellos se alojaran los peones que construirían la carretera. Se refaccionaron con una estufa cilíndrica a leña y un catre. En 1963 la empresa retiró dos de los colectivos. Dejaron uno solo como favor para los cazadores de osos. Esos maricas que cazan osos, como el cantante de Metallica.
En ese colectivo que aún quedaba, en 1992 fue encontrado el cuerpo de Christopher McCandless, después de haber estado solo durante cuatro meses, en medio de la tundra de Alaska, con escasa comida y equipo. Fue el final de un viaje que había durado casi dos años.
Un libro recoge su hazaña y pormenoriza su vida. Into the wild, de Jon Krakauer, publicado en 1996.  Curiosamente, debemos a este experto en alpinismo la única investigación sobre la vida de McCandless.
La historia que nos cuenta Krakauer es romántica y lleva la impronta de la epopeya. Convierte el tour de force de McCandless en un culto, y al mismo McCandless en un símbolo. Su libro es una biografía pero también –como los libros que leía McCandless cuando emprendió su travesía- es una iniciación. Por fuera de los testimonios de sus padres, el mito “supertramp” está edificado sobre Into the wild, que en español se ha traducido como Hacia rutas salvajes. La traducción, creo, no fue gratis y se quedó con parte de la fuerza que en inglés tiene la palabra into.
Cristopher McCandless había nacido en Virginia en 1969. Cuando murió en ese colectivo era un joven de veinticuatro años con todo por delante. Pero al parecer, todo lo que tenía por delante lo asustaba desde su adolescencia. Empezó por sentir que no quería vivir la misma vida que sus padres. Graduado en la universidad con excelentes notas en historia y antropología, pateó el tablero y se fue de su casa. Haciendo dedo, con una mochila donde llevaba lo necesario y que se fue vaciando a medida que el viaje se convirtió en una suerte de peregrinación, llegó a Alaska. Conservó solamente un rifle y una cámara fotográfica. En el camino, trabajó por aquí y por allá. Conoció gente que brindó después algún testimonio.  A medida que McCandless se adentraba en la naturaleza, su piel y sus cosas se iban desprendiendo de él. También los kilos y la salud, aunque esto no lo tenía previsto. Su modo de encarar la naturaleza fue por momentos –igual que el libro de Krakauer- romántico. Se cambió el nombre y se puso un seudónimo –Alexander Supertramp- con el que fue dejando, por los lugares donde pasaba, distintas notas y mensajes. Su última nota –donde nos deja entrever que ya le estaba viendo la cara a la muerte- lleva su nombre verdadero.
Cansado de su tradicional familia, de las imposiciones sociales, de las normas y las instituciones de la cultura, soñó con volver a esa extraña forma de paraíso que es el primitivismo. Una película de 2007, dirigida por Sean Penn y también llamada como el libro, exagera la relación difícil de Cristopher con sus padres, lo que ayuda a establecer un poco el mito y de paso definir al héroe.
Al comienzo de la película, los padres de Cristopher lo esperan en un restaurante para celebrar su graduación. Para demostrarnos que se trata de un chico rebelde, Penn comete el infantilismo de hacerlo saltar al escenario cuando sube a recibir el diploma, en claro contraste con los otros, que habían subido caminando despacio.
-Me asustaste saltando de esa forma sobre el escenario –le dice la madre cuando se levanta a recibirlo. Es una mezcla de boluda alegre con pobre mujer sometida por el marido que vive de las apariencias y trata de contemporizar la mala relación entre padre e hijo.
El padre es un tipo al que le tiraríamos la sopa caliente encima fingiendo un descuido. Es intolerante, machista, xenófobo, homofóbico, patriarcal, déspota. Ya vemos en la mesa que su hijo lo desilusiona. Ni bien se sienta lo reprende por un hecho en el que no hemos reparado, porque no somos como él. Cristopher tiene un viejo Datsun amarillo. Cuando llegan al restaurante con su hermana, es ella la que maneja. Entonces el viejo le dice que no debería dejar que una mujer conduzca. Esa observación –una buena para Penn- alcanza para pintarlo de cuerpo entero. Para peor, quieren regalarle a Cristopher un auto nuevo y éste se enoja, culpando a sus padres de ser materialistas y preocuparse todo el tiempo por cosas y más cosas.  
Algunos detalles circunstanciales son inevitables –sino la historia caería en el abstracto- pero Penn tiene la costumbre de contarlos a la manera de un estereotipo. En la línea del chico rebelde que salta al escenario en vez de caminar cuando recibe su diploma, vemos que Cristopher rompe todas sus tarjetas y documentación; más tarde, lo vemos prender fuego a unos pocos dólares en lugar de regalarlos. Cualquier alma sensible –y McCandless la tenía- sabe que tirar pan o quemar dinero son impiedades. Salvando estas cuestiones –que tampoco incomodan demasiado- la fotografía y los escenarios son muy buenos. Capítulo aparte –ensayo que de seguro jamás escribiré- merecen las hermosas canciones que compuso Eddie Vedder para la película, como por ejemplo Society o Big hard sun. Finalmente, tanto el libro como la película basada en el libro Into the wild hacen pensar en el verdadero muchacho que, disconforme con todo –disconformidad general cuya síntesis eran sus padres-, decidió salir a buscar algo, acaso entrevisto, tal vez imaginado. La experiencia McCandless ha tenido muchos detractores. Afortunadamente, esas abyecciones no recaen en su protagonista. Critican lo que él hizo para que no lo hagan otros –los imitadores son inevitables- pero son benevolentes con él. Tal vez porque vemos que tuvo el coraje de hacer lo que nosotros no. Como dice la canción de MGMT, it's overwhelming, but what else can we do. Get jobs in offices, and wake up for the morning commute?
Miles de veces en toda mi vida me he preguntado para qué estamos todos aquí. ¿Para pasar la mayor parte de los años que viviremos yendo a trabajar para ganar una suma de dinero de la cual, una parte, será gastada en nafta o colectivos o trenes para ir cada mañana a ese mismo trabajo?  Creo que esa sensación nos hermana a todos con McCandless. Decir que es un boludo que se buscó la muerte es perfectamente asimilable también a un tipo que abandonó el colegio o se casó con cualquier mujer sin pensarlo. ¿Cuántas formas de buscarnos la muerte hay en las que no necesariamente hay que ir a Alaska? Ese colectivo abandonado en la tundra, ¿no es acaso también un monoambiente en el centro cuya única ventana da al pulmón interno? Acaso nos confunde una cuestión de tiempos. O simples velocidades. Lo rápido que murió McCandless nos hace pensar que nuestra dilatada sequía espiritual es una forma de eternidad. McCandless hizo lo que Kurt Cobain escribiría en la última línea de su carta suicida un par de años más tarde: mejor arder de golpe que consumirse lentamente.
Sé que no tenía ganas de morir. Que cuando se fue de su casa, con una mochila, sin mapas, y con las lecturas de Jack London en la cabeza, quería vivir. Vivir plenamente, sacarse el hastío. No se conformó como la mayoría.  Salió a buscarse. A ver cuál era su lugar en el mundo. Encontró la muerte por inanición, por descuidado, por desconocer la geografía a la que había llegado, ok. Pero quería vivir. Así lo expresan sus últimas palabras escritas. Sabemos por ellas, sin embargo, que murió feliz. Nos dejó su bendición. Su alma no estará en un lugar peor que la de un banquero.

domingo, 5 de abril de 2015

Artaud

El más grande de todos es Charly, lejos.  Spinetta reconoció una vez que le llamaba la atención (tal vez le diera cierta envidia) que sus hijos adolescentes bailaran los temas de Charly y no los suyos. Es que precisamente de eso se trata. Charly es bailable porque es popular; Spinetta, no. Cuando se habla de influencias o de escuelas, es difícil ver a Spinetta en lo nuevo. ¿El de Catupecu Machu es heredero de Spinetta por su forma de entender las imágenes de la canción? ¿O lo fue a la larga Cerati, cuya carrera solista acaso sea mejor que la de Soda? ¿O Cerati también fue un parricida artístico y rompió reglas para hacer lo suyo? Es difícil decir en qué expresiones está Spinetta. Un tipo que hable del viento y las hojas nos parece un poeta de la SADE o directamente un inhábil para la poesía. Sólo Spinetta logra algo con eso. Si alguien quiere ser spinetteano se le nota y termina siendo una copia más o menos aceptable, un artista tributo con temas propios. A esta gente no le queda otra que reconocer a cada rato su “deuda con Luis”. Todos sabemos que las canciones se parecen pero las escuchamos como escuchamos a los Ratones Paranoicos. Son ellos mismos un cover. En cambio lo de Charly estimula por otro lado y uno ve que ha marcado el rock nacional en distintas direcciones. Él mejor que nadie mostró todas las posibilidades que había. Cuando uno escucha a Spinetta, no queda otra que pensar en ser un genio y hacer un producto que “no es para cualquiera”. Cuando escuchamos a Charly queremos hacer música porque es divertida. Spinetta puede que nos ilumine, pero Charly nos atraviesa. Allí se gesta un conflicto positivo e interminable. Creo que fue Coleridge, un escritor de Escocia, el que dijo que todos los hombres nacen platónicos o aristotélicos. Es una forma intelectual de decir que se nace como Kant o como Nietzsche; se es ordenado o se es caótico. No sé si la afirmación de Coleridge rige severamente sobre todos y cada uno de los que hemos venido a este mundo. Lo que sí sé es que conocí personajes que logran encajar en él trabajando algún antagonismo. Sin ir más lejos, en nuestro país, todos seguimos siendo un poco unitarios y federales. Cuando uno va creciendo y se empieza a interesar por la política y los gobernantes, siente que en algún momento hay que elegir entre ser peronista o ser gorila. Y los indecisos son gorilas que lo ignoran o gente que sabe de historia pero no de política, como los de izquierda. Lo curioso es que muy adentro de uno, la decisión no cuesta. Hasta pareciera que naturalmente nacemos peronistas o gorilas, que es decir populares o con plata. Los peronistas, los del pueblo, son de Boca. Los gorilas, que tienen guita, son gallinas. Los de Boca van a la Bristol y los de River a Playa Grande. El cementerio de la loma es gorila y aristocrático; el cementerio parque es peronista y es más feo. Geografía y política son casi lo mismo. Con el rock nacional sucede algo parecido.
No recuerdo cuando comencé a escuchar a Spinetta. Seguramente fue con Pescado rabioso. Un amigo del barrio hablaba siempre de ese disco y hasta me lo regaló para un cumpleaños. A mí no me gustaba mucho lo nacional viejo. Acostumbrado a escuchar música de afuera, yanqui e inglesa, me parecía que lo que se había grabado acá sonaba muy mal. Al lado de Blood Sugar Sex Magic  la obra de Vox Dei era un plomazo. Instrumentalmente todo sonaba a bola. No se distinguían los bajos ni el bombo de la batería. Mientras acá se grababa a los del Club del Clan, donde brillaban Palito Ortega o Violeta Rivas, en Inglaterra los Beatles hacían Sgt. Pepper y los Rolling Stones ya tenían a la gente en el bolsillo. Pescado rabioso me pareció distinto. Estaba igual de mal grabado, pero sonaba a otra cosa. Porque Spinetta verdaderamente era otra cosa. El disco, Pescado 2, me interesó tanto que empecé a buscar cosas de él. Descubrí entonces que Almendra era muchísimo más que la mariconeada de Muchacha ojos de papel. El primer disco, que en compact viene doble y que trae Tren hacia el sur, Rutas argentinas, la genial Jingle o Parvas, me parece grandioso. Descubrí un disco tremendo llamado Invisible donde hay una canción que me fascina, Suspensión. Un verso que admiro dice: “al no haber gente, no había bien ni mal, no existía esperar”. Spinetta Jade es lo que menos me gusta de él. Tuve el disco Bajo Belgrano en vinilo y lo vendí para comprarme otro. De su carrera solista, que es la mejor, Kamikaze y Tester de violencia son puntos altos. Mi preferido, no sé si el mejor, es Don Lucero
 Es cierto que el primero que hizo rock en nuestro país, nos guste o no, fue Sandro. Pero Spinetta fue el primero que buscó hacer otra cosa. Precisamente, que sonara distinto. Y no sé si estaba predestinado como artista a encontrar el camino,  pero lo hizo. Muchos hay que van de un intento a otro y jamás encuentran su propia voz. Una vez Ricardo Mollo dijo que Spinetta no hacía rock sino música de Spinetta y preguntó cuánto puede valer algo así. Decir que Spinetta hace música de Spinetta es tan cierto como circular. Pero la sencillez de la frase nos ayuda a sacarlo de toda discusión y condenarlo, lamentablemente, a un pedestal que está muy alto, altísimo, pero que también está solo. Como a un ídolo al que le rinden devoción unos pocos, elegidos seguidores.
Por su lado, Charly García es algo que Spinetta no: el soundtrack  de la vida de muchísima gente (salvo los spinetteanos) incluyendo la generación del 2000, que creció con el concepto “Say no more” y que ahora no debe saber a dónde fue a parar ese flaco endemoniado que se subía dado vuelta al escenario para quemar las cortinas y encenderse de amor sagrado. La primera canción que escuché de Charly fue Nos siguen pegando abajo, que pertenece a su etapa “Prince”, de mediados de los ochenta. Me dio la sensación de que jamás había escuchado algo así en el rock nacional. Era para bailar pero al mismo tiempo era rara y resultaba difícil seguirle el ritmo a esa percusión sobre la cual pasa a caer una guitarra a contratiempo. La escuché en la televisión. Tiempo después compré el disco, que se llama Clics modernos y que a pesar del sonido ochentoso, me sigue pareciendo terrible. Hay una canción que siempre me ha parecido hermosa, Plateado sobre plateado. Después vi que, al igual que Spinetta, Charly había estado en más de un grupo y también tenía una probada carrera solista. Cuando empecé a escuchar discos de rock, eran los años de La hija de la lágrima. Sin embargo, las canciones de Charly que uno reconocía venían del pasado. Es imposible que alguien no conozca Rasguña las piedras  o Mr. Jones diciéndose amante de la música. Sui Generis termina con un sonido y una búsqueda que Charly continúa en La máquina de hacer pájaros con amigos y conocidos. De esta etapa nos quedó solamente Cómo mata el viento norte  y una suite tremenda que nada tiene que envidiarle a Yes, titulada Ah, te vi entre las luces. Esta banda, este pájaro progresivo, siempre me pareció no una continuación, sino el cierre mismo de Sui Generis.  Me da la sensación de que Charly ya estaba para otra cosa y se sacó a Nito de encima para hacerla. Quedaría de esa colaboración uno de los mejores temas del rock nacional, que muchos ignoran: Música de fondo para cualquier fiesta animada. De la onda Simon & Garfunkel, Charly pasó a ese Yes del subdesarrollo.  Como si no hubiera querido dejar nada pendiente antes de saltar a la inigualable Serú Girán, una súper banda, de esas que se forman con tipos que conocen todos y que tocan bien. Una mezcla de beatle y progresivo tocada con un brillo increíble. Al igual que Harrison, Aznar se destapó hacia el final.
Tardé varios años en entender que La hija de la lágrima está buenísima, aunque Charly ya muestre en ese disco que dejará a Prince para entrar en una etapa “Van Gogh”, ese intermezzo que hubo entre el Charly genial y el vampiro de calzas rayadas que no dejaba de tomar whisky. Ese es el último disco de Charly García.
A Spinetta lo vi cuatro veces y las cuatro me fui en el aire. La primera vez recuerdo que no dejaba de pensar en que tenía delante de mí al pionero. Ya era grande. Dos veces tomó un pañuelo para limpiar los lentes. Me enterneció ese gesto. También me hizo comprender que tenía suerte de estar viéndolo sobre un escenario. Lo mismo me pasó cuando vi a Paul McCartney en River. En cambio, a Charly no lo vi nunca. Es que su obra me gusta tanto y me parece tan admirable, que jamás me permití ir a verlo; durante los años de Say no more, para que no me defraudara pateando el piano al tercer tema y colgando todo. Después de la experiencia desprogramadora de Palito Ortega, no quiero ir a verlo para que no me parezca un remedo del artista que fue.

Por último, y aunque ya dejé en claro que Charly García es el más grande, quiero añadir que para mí, en lo personal, el mejor disco del rock nacional le corresponde a Spinetta. Tal vez porque es un disco verde y porque las canciones son tristes y largas, como la pampa, como nosotros, ninguno nos representa como Artaud.  Algún día voy a escribir un ensayo que se llame así.