
No recuerdo cuando
comencé a escuchar a Spinetta. Seguramente fue con Pescado rabioso. Un amigo
del barrio hablaba siempre de ese disco y hasta me lo regaló para un
cumpleaños. A mí no me gustaba mucho lo nacional viejo. Acostumbrado a escuchar
música de afuera, yanqui e inglesa, me parecía que lo que se había grabado acá
sonaba muy mal. Al lado de Blood Sugar
Sex Magic la obra de Vox Dei era un
plomazo. Instrumentalmente todo sonaba a bola. No se distinguían los bajos ni
el bombo de la batería. Mientras acá se grababa a los del Club del Clan, donde
brillaban Palito Ortega o Violeta Rivas, en Inglaterra los Beatles hacían Sgt. Pepper y los Rolling Stones ya
tenían a la gente en el bolsillo. Pescado rabioso me pareció distinto. Estaba
igual de mal grabado, pero sonaba a otra cosa. Porque Spinetta verdaderamente
era otra cosa. El disco, Pescado 2,
me interesó tanto que empecé a buscar cosas de él. Descubrí entonces que
Almendra era muchísimo más que la mariconeada de Muchacha ojos de papel. El primer disco, que en compact viene doble
y que trae Tren hacia el sur, Rutas
argentinas, la genial Jingle o Parvas, me parece grandioso. Descubrí un
disco tremendo llamado Invisible
donde hay una canción que me fascina, Suspensión.
Un verso que admiro dice: “al no haber gente, no había bien ni mal, no existía
esperar”. Spinetta Jade es lo que
menos me gusta de él. Tuve el disco Bajo
Belgrano en vinilo y lo vendí para comprarme otro. De su carrera solista,
que es la mejor, Kamikaze y Tester de violencia son puntos altos. Mi
preferido, no sé si el mejor, es Don
Lucero.
Es cierto que el primero que hizo rock en
nuestro país, nos guste o no, fue Sandro. Pero Spinetta fue el primero que
buscó hacer otra cosa. Precisamente, que sonara distinto. Y no sé si estaba
predestinado como artista a encontrar el camino, pero lo hizo. Muchos hay que van de un intento
a otro y jamás encuentran su propia voz. Una vez Ricardo Mollo dijo que
Spinetta no hacía rock sino música de Spinetta y preguntó cuánto puede valer
algo así. Decir que Spinetta hace música de Spinetta es tan cierto como
circular. Pero la sencillez de la frase nos ayuda a sacarlo de toda discusión y
condenarlo, lamentablemente, a un pedestal que está muy alto, altísimo, pero
que también está solo. Como a un ídolo al que le rinden devoción unos pocos,
elegidos seguidores.
Por su lado, Charly
García es algo que Spinetta no: el soundtrack
de la vida de muchísima gente (salvo los
spinetteanos) incluyendo la generación del 2000, que creció con el concepto “Say
no more” y que ahora no debe saber a dónde fue a parar ese flaco endemoniado
que se subía dado vuelta al escenario para quemar las cortinas y encenderse de
amor sagrado. La primera canción que escuché de Charly fue Nos siguen pegando abajo, que pertenece a su etapa “Prince”, de
mediados de los ochenta. Me dio la sensación de que jamás había escuchado algo
así en el rock nacional. Era para bailar pero al mismo tiempo era rara y
resultaba difícil seguirle el ritmo a esa percusión sobre la cual pasa a caer
una guitarra a contratiempo. La escuché en la televisión. Tiempo después compré
el disco, que se llama Clics modernos
y que a pesar del sonido ochentoso, me sigue pareciendo terrible. Hay una
canción que siempre me ha parecido hermosa, Plateado
sobre plateado. Después vi que, al igual que Spinetta, Charly había estado
en más de un grupo y también tenía una probada carrera solista. Cuando empecé a
escuchar discos de rock, eran los años de La
hija de la lágrima. Sin embargo, las canciones de Charly que uno reconocía
venían del pasado. Es imposible que alguien no conozca Rasguña las piedras o Mr. Jones diciéndose amante de la
música. Sui Generis termina con un sonido y una búsqueda que Charly continúa en
La máquina de hacer pájaros con
amigos y conocidos. De esta etapa nos quedó solamente Cómo mata el viento norte y
una suite tremenda que nada tiene que envidiarle a Yes, titulada Ah, te vi entre las luces. Esta banda,
este pájaro progresivo, siempre me pareció no una continuación, sino el cierre
mismo de Sui Generis. Me da la sensación
de que Charly ya estaba para otra cosa y se sacó a Nito de encima para hacerla.
Quedaría de esa colaboración uno de los mejores temas del rock nacional, que
muchos ignoran: Música de fondo para
cualquier fiesta animada. De la
onda Simon & Garfunkel, Charly pasó a ese Yes del subdesarrollo. Como si no hubiera querido dejar nada pendiente
antes de saltar a la inigualable Serú Girán, una súper banda, de esas que se
forman con tipos que conocen todos y que tocan bien. Una mezcla de beatle y
progresivo tocada con un brillo increíble. Al igual que Harrison, Aznar se
destapó hacia el final.
Tardé varios
años en entender que La hija de la
lágrima está buenísima, aunque Charly ya muestre en ese disco que dejará a
Prince para entrar en una etapa “Van Gogh”, ese intermezzo que hubo entre el Charly genial y el vampiro de calzas
rayadas que no dejaba de tomar whisky. Ese es el último disco de Charly García.
A Spinetta lo
vi cuatro veces y las cuatro me fui en el aire. La primera vez recuerdo que no
dejaba de pensar en que tenía delante de mí al pionero. Ya era grande. Dos veces
tomó un pañuelo para limpiar los lentes. Me enterneció ese gesto. También me
hizo comprender que tenía suerte de estar viéndolo sobre un escenario. Lo mismo
me pasó cuando vi a Paul McCartney en River. En cambio, a Charly no lo vi
nunca. Es que su obra me gusta tanto y me parece tan admirable, que jamás me
permití ir a verlo; durante los años de Say no more, para que no me defraudara
pateando el piano al tercer tema y colgando todo. Después de la experiencia desprogramadora
de Palito Ortega, no quiero ir a verlo para que no me parezca un remedo del
artista que fue.
Por último, y
aunque ya dejé en claro que Charly García es el más grande, quiero añadir que
para mí, en lo personal, el mejor disco del rock nacional le corresponde a
Spinetta. Tal vez porque es un disco verde y porque las canciones son tristes y
largas, como la pampa, como nosotros, ninguno nos representa como Artaud. Algún día voy a escribir un ensayo que se
llame así.
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