En el año 2011 un escritor llamado Fernández
Mallo sacó a la venta El hacedor (de Borges). Se trataba de algo que en el cine podría
llamarse remake –o en música cover. No tomaba solamente el título
original de Borges sino que se metía con el texto en sí, revalidándolo.
María
Kodama, enfurecida, lo mandó a sacar de circulación, acusándolo poco menos que
de chanta. Es muy probable que la viuda de Borges no lo haya leído pero, lo
seguro, es que no tuvo ganas de interpretarlo o ponerse a dialogar con el
escritor o aceptar la posibilidad de ese libro. Tal vez su abogado le haya
trabajado la idea de que la obra de Fernández Mallo era un robo. Parace ser que
este último, sobrentendiendo que se trataba de un homenaje, no pidió permiso
para meter mano en El hacedor y ante ese descuido más que nada legal, se
le fueron encima con todo. Encima, la editorial era Alfaguara –peso pesado- que
sacó un comunicado donde más o menos dejan entrever que Kodama estaba meando
fuera del tarro. Dicen que bancaban a Fernández Mallo desde el vamos y que jamás
vieron el proyecto como un plagio. Cito una parte del comunicado: “Una de
las muchas innovaciones que Borges trajo a la literatura fue la de usar
procedimientos paródicos sobre sus propias influencias, sobre los autores que
admiraba y se sentía influido. Si Borges no hubiera existido, Agustín Fernández Mallo jamás
hubiera podido escribir un libro como su Remake”. Es innegable: lo que
ejecuta el tipo es una idea primordial de la ficción borgeana, donde todo es
ficción, donde todo vale. El síndrome Pierre Menard, digamos.
En su
libro El jardín de los senderos que se bifurcan, Borges incluye un
cuento titulado Pierre Menard, autor del Quijote. Es la biografía
ficcionada de un autor que acaba de morir (Pierre Menard) y de cuya obra se
hace un análisis. El narrador nos dice que la obra de Menard puede dividirse en
dos. La obra visible y “la otra”, la invisible. La visible se
compone de un catálogo disperso –y sobre todo muy dispar- compuesto por poemas,
monografías y tratados, artículos, traducciones, prefacios de obras ajenas. A
la otra obra de Menard, Borges la describe así: “la subterránea, la
interminablemente heroica, la impar. También ¡ay de las posibilidades del hombre!
la inconclusa. Esa obra, tal vez la más significativa de nuestro tiempo, consta
de los capítulos IX y XXXVIII de la primera parte del Don Quijote y
de un fragmento del capítulo XXII. Yo sé que tal afirmación parece un dislate;
justificar ese “dislate” es el objeto primordial de esta nota.”
Pierre
Menard, en los ratos libres, se había propuesto escribir el Quijote. No quería
componer otro Quijote, sino el Quijote. Para lograrlo, no se proponía
encarar una transcripción mecánica del original. Quería llegar al Quijote
siendo Pierre Menard. Ser Cervantes era de antemano imposible, y le parecía una
disminución. Si dios existe, debió pensar Menard, las mismas palabras que en el
siglo XVII le habían llegado a Cervantes, le llegarían en medio del XX a él.
Después, vienen los chistes de Borges. La mojada de oreja a toda la gilada
intelectual. Cito algo:
“El texto
de Cervantes y el de Menard son verbalmente idénticos, pero el segundo es casi
infinitamente más rico. (Más ambiguo, dirán sus detractores; pero la ambigüedad
es una riqueza.)
“Es una revelación cotejar el Don
Quijote de Menard con el de Cervantes. Éste, por ejemplo, escribió (Don
Quijote, primera parte, noveno capítulo):
“... la verdad, cuya madre es la historia,
émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y
aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.
“Redactada
en el siglo diecisiete, redactada por el “ingenio lego” Cervantes, esa
enumeración es un mero elogio retórico de la historia. Menard, en cambio,
escribe:
“... la verdad, cuya madre es la historia, émula
del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de
lo presente, advertencia de lo por venir […]
Después,
agrega esto que no tiene desperdicio:
“La
historia, madre de la verdad; la idea es asombrosa. Menard, contemporáneo de
William James, no define la historia como una indagación de la realidad sino
como su origen. La verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que
juzgamos que sucedió. Las cláusulas finales —ejemplo y aviso de lo presente,
advertencia de lo por venir— son descaradamente pragmáticas.
“También
es vívido el contraste de los estilos. El estilo arcaizante de Menard
—extranjero al fin— adolece de alguna afectación. No así el del precursor, que
maneja con desenfado el español corriente de su época”
A mí
siempre me gustó ver en ese cuento de Borges una crítica profunda a las
traducciones. Eso de decirnos qué leemos cuando leemos La metamorfosis traducida
por un mexicano. Qué diferencia hay entre creer que lo que leemos es a Kafka y
que la obra de Menard es ridícula. Cuando vi la remake de Psicosis
que dirigió Gus Van Sant y que se estrenó en 1998, no me gustó. El director se
había esforzado por hacer una copia fiel, casi cuadro por cuadro, de la obra de
Hitchcock. Entones recordé a Pierre Menard. Como esos que montan una banda
tributo a los Beatles, acepté que Van Sant filmó su película tributo a
Hitchcock. Punto. Y como la original, la de él también es buena. ¿Qué banda
tributo tiene un set list malo?
Más allá
de la particularidad de que Borges publicó originalmente en 1960 un libro
llamado El hacedor y de repetir la estructura y los títulos, el libro de
Fernández Mallo jugaba en el mundo literario como un homenaje, como un sampler
a Borges apelando a un nuevo género
-muy borgiano además- que él mismo denomina "remake literario".
No hay olor a plagio en el texto y, si
lo pensamos dos veces, tampoco hay oportunismo al usar una obra de Borges. Si
hubiera escrito un largo ensayo sobre El hacedor no pasaría nada. Yo veo
lo que hizo como una intervención. Lo veo funcionar como algo que se da la mano
con la versión de Las meninas de Picasso, donde se ve una obsesión y un
diálogo exhaustivo sobre el original de Velázquez. Jaco Pastorius retoma Blackbird de
McCartney –porque lo admira- y hace otra cosa. No me cuesta pensar en un Fernández
Mallo que se pone el traje de curador y se mete con una obra que ama. En
la portada –que él mismo diseñó- hay un corazón.
En 2009,
otro escritor se comió el mismo garrón que Fernández Mallo. Pablo Katchadjian
publicó El Aleph engordado e inmediatamente se armó un quilombo. Fue
acusado de plagio por Kodama y procesado en 2011. ¿De qué se trataba este nuevo
Aleph? El procedimiento del autor consiste en agregarle palabras o
frases al original, tal vez algún episodio; es decir, "engordarlo". En
el original leemos que las carteleras son de fierro. Katchadjian agrega que
también eran de plástico y que estaban cerca de la boca de un subte. Agrega
tachos de basura. Agrega una corbata al personaje que Borges no previó. Su abogado lo hizo zafar alegando que se
trataba de un "experimento literario". Ahora, en 2015, vuelven a la
carga contra él. Según las noticias, un juez llamado Guillermo Carvajal,
titular del Juzgado de Instrucción N° 3, procesó al escritor por el delito de
defraudación a la propiedad intelectual. Se lo acusa de haber plagiado el
cuento "El Aleph", de Jorge Luis Borges. ¿No será mucho? Está bueno
preguntarse hasta qué punto este juez entiende el hecho estético, si leyó o no
a Borges, al menos El Aleph y después lo comparó, lo cruzó y lo hizo
dialogar con EL Aleph engordado de Katchadjian. Por ahí es pedir mucho, no sé.
Ya Katchadjian
había publicado un experimento titulado El Martín Fierro ordenado
alfabéticamente. Todos los versos de la primera parte del largo poema
nacional que empezaban con A, los agrupó. Se forman cosas como está:
A andar con los avestruces
a andar reclamando sueldos
a ayudarles a los piones
a bailar un pericón
a bramar como una loba
a buscar almas más tiernas
a buscar una tapera
a cada alma dolorida
A cada rato, de chasque
a cantar un argumento
a cortarme en un carrillo
a dar con la coyuntura
a decir lo que pasaba
¿Tiene
algún sentido hacer esto? Intervenir un objeto artístico, en este caso un
libro, ¿sirve? No, sé. Y tampoco importa. Lo que creo es que no puede
molestarle a nadie la existencia de libros intervenidos, “curados” por otros
escritores, por generaciones nuevas. La biblioteca de Babel, seguramente,
incluiría un volumen de este Martín Fierro. En esos versos reordenados siento
que el Martín Fierro se revitaliza y se acerca a poetas como Larkin o
Carver, que son los que me gustan. Desaparece la tonal y molesta entonación del
gaucho, si es que lo gauchos entonaban para recitar o escribir poesía. ¿Quién escribe
el Martín Fierro? Mejor dicho: ¿Quién habla? ¿Un gaucho? Recordemos además que,
de alguna manera, Lugones ya había intervenido al poema cuando lo canonizó. A
Katchadjian le pusieron un embargo sobre sus bienes por ochenta mil pesos. ¿Para
qué someter a un escritor al fantasma de la cárcel como si esto fuera el
Medioevo o la Unión Soviética?
En 1972, al
grito de «Yo soy Jesucristo y he regresado de la muerte», Laszlo Todt agarró
a martillazos a La piedad de Miguel Ángel. Fue su forma de intervenir la
obra de otro autor. ¿Estamos poniendo lo de Katchadjian a ese nivel y
cobrándole una multa por ello? ¿Le valdrán a Katchadjian alegatos como el del
“inconsciente colectivo” de Jung o el sistema de citas que imaginaba Benjamin cuando
pensaba en la historia y la cultura? ¿Le creerán que existió Pierre Menard?
PD: Mientras termino de corregir estas notas, leo por facebook –esa Babel de hoy- que han desestimado la denuncia y declaran que Katchadjian no es un chorro sino un escritor.
PD: Mientras termino de corregir estas notas, leo por facebook –esa Babel de hoy- que han desestimado la denuncia y declaran que Katchadjian no es un chorro sino un escritor.
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