sábado, 20 de junio de 2015

Los autores del Quijote


En el año 2011 un escritor llamado  Fernández Mallo sacó a la venta El hacedor (de Borges). Se trataba de algo que en el cine podría llamarse remake –o en música cover. No tomaba solamente el título original de Borges sino que se metía con el texto en sí, revalidándolo.
María Kodama, enfurecida, lo mandó a sacar de circulación, acusándolo poco menos que de chanta. Es muy probable que la viuda de Borges no lo haya leído pero, lo seguro, es que no tuvo ganas de interpretarlo o ponerse a dialogar con el escritor o aceptar la posibilidad de ese libro. Tal vez su abogado le haya trabajado la idea de que la obra de Fernández Mallo era un robo. Parace ser que este último, sobrentendiendo que se trataba de un homenaje, no pidió permiso para meter mano en El hacedor y ante ese descuido más que nada legal, se le fueron encima con todo. Encima, la editorial era Alfaguara –peso pesado- que sacó un comunicado donde más o menos dejan entrever que Kodama estaba meando fuera del tarro. Dicen que bancaban a Fernández Mallo desde el vamos y que jamás vieron el proyecto como un plagio. Cito una parte del comunicado: “Una de las muchas innovaciones que Borges trajo a la literatura fue la de usar procedimientos paródicos sobre sus propias influencias, sobre los autores que admiraba y se sentía influido. Si Borges no hubiera existido, Agustín Fernández Mallo jamás hubiera podido escribir un libro como su Remake”. Es innegable: lo que ejecuta el tipo es una idea primordial de la ficción borgeana, donde todo es ficción, donde todo vale. El síndrome Pierre Menard, digamos.

En su libro El jardín de los senderos que se bifurcan, Borges incluye un cuento titulado Pierre Menard, autor del Quijote. Es la biografía ficcionada de un autor que acaba de morir (Pierre Menard) y de cuya obra se hace un análisis. El narrador nos dice que la obra de Menard puede dividirse en dos. La obra visible y “la otra”, la invisible. La visible se compone de un catálogo disperso –y sobre todo muy dispar- compuesto por poemas, monografías y tratados, artículos, traducciones, prefacios de obras ajenas. A la otra obra de Menard, Borges la describe así: “la subterránea, la interminablemente heroica, la impar. También ¡ay de las posibilidades del hombre! la inconclusa. Esa obra, tal vez la más significativa de nuestro tiempo, consta de los capítulos IX y XXXVIII de la primera parte del Don Quijote y de un fragmento del capítulo XXII. Yo sé que tal afirmación parece un dislate; justificar ese “dislate” es el objeto primordial de esta nota.”
Pierre Menard, en los ratos libres, se había propuesto escribir el Quijote. No quería componer otro Quijote, sino el Quijote. Para lograrlo, no se proponía encarar una transcripción mecánica del original. Quería llegar al Quijote siendo Pierre Menard. Ser Cervantes era de antemano imposible, y le parecía una disminución. Si dios existe, debió pensar Menard, las mismas palabras que en el siglo XVII le habían llegado a Cervantes, le llegarían en medio del XX a él. Después, vienen los chistes de Borges. La mojada de oreja a toda la gilada intelectual. Cito algo:

“El texto de Cervantes y el de Menard son verbalmente idénticos, pero el segundo es casi infinitamente más rico. (Más ambiguo, dirán sus detractores; pero la ambigüedad es una riqueza.)
         “Es una revelación cotejar el Don Quijote de Menard con el de Cervantes. Éste, por ejemplo, escribió (Don Quijote, primera parte, noveno capítulo):

 “... la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.

“Redactada en el siglo diecisiete, redactada por el “ingenio lego” Cervantes, esa enumeración es un mero elogio retórico de la historia. Menard, en cambio, escribe:

“... la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir […]

Después, agrega esto que no tiene desperdicio:

“La historia, madre de la verdad; la idea es asombrosa. Menard, contemporáneo de William James, no define la historia como una indagación de la realidad sino como su origen. La verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió. Las cláusulas finales —ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir— son descaradamente pragmáticas.
“También es vívido el contraste de los estilos. El estilo arcaizante de Menard —extranjero al fin— adolece de alguna afectación. No así el del precursor, que maneja con desenfado el español corriente de su época”

A mí siempre me gustó ver en ese cuento de Borges una crítica profunda a las traducciones. Eso de decirnos qué leemos cuando leemos La metamorfosis traducida por un mexicano. Qué diferencia hay entre creer que lo que leemos es a Kafka y que la obra de Menard es ridícula. Cuando vi la remake de Psicosis que dirigió Gus Van Sant y que se estrenó en 1998, no me gustó. El director se había esforzado por hacer una copia fiel, casi cuadro por cuadro, de la obra de Hitchcock. Entones recordé a Pierre Menard. Como esos que montan una banda tributo a los Beatles, acepté que Van Sant filmó su película tributo a Hitchcock. Punto. Y como la original, la de él también es buena. ¿Qué banda tributo tiene un set list malo?
Más allá de la particularidad de que Borges publicó originalmente en 1960 un libro llamado El hacedor y de repetir la estructura y los títulos, el libro de Fernández Mallo jugaba en el mundo literario como un homenaje, como un sampler a Borges apelando a un nuevo género -muy borgiano además- que él mismo denomina "remake literario".  No hay olor a plagio en el texto y, si lo pensamos dos veces, tampoco hay oportunismo al usar una obra de Borges. Si hubiera escrito un largo ensayo sobre El hacedor no pasaría nada. Yo veo lo que hizo como una intervención. Lo veo funcionar como algo que se da la mano con la versión de Las meninas de Picasso, donde se ve una obsesión y un diálogo exhaustivo sobre el original de Velázquez.  Jaco Pastorius retoma Blackbird de McCartney –porque lo admira- y hace otra cosa. No me cuesta pensar en un Fernández  Mallo que se pone el traje de curador y se mete con una obra que ama. En la portada –que él mismo diseñó- hay un corazón.

En 2009, otro escritor se comió el mismo garrón que Fernández Mallo. Pablo Katchadjian publicó El Aleph engordado e inmediatamente se armó un quilombo. Fue acusado de plagio por Kodama y procesado en 2011. ¿De qué se trataba este nuevo Aleph? El procedimiento del autor consiste en agregarle palabras o frases al original, tal vez algún episodio; es decir, "engordarlo". En el original leemos que las carteleras son de fierro. Katchadjian agrega que también eran de plástico y que estaban cerca de la boca de un subte. Agrega tachos de basura. Agrega una corbata al personaje que Borges no previó.  Su abogado lo hizo zafar alegando que se trataba de un "experimento literario". Ahora, en 2015, vuelven a la carga contra él. Según las noticias, un juez llamado Guillermo Carvajal, titular del Juzgado de Instrucción N° 3, procesó al escritor por el delito de defraudación a la propiedad intelectual. Se lo acusa de haber plagiado el cuento "El Aleph", de Jorge Luis Borges. ¿No será mucho? Está bueno preguntarse hasta qué punto este juez entiende el hecho estético, si leyó o no a Borges, al menos El Aleph y después lo comparó, lo cruzó y lo hizo dialogar con EL Aleph engordado  de Katchadjian. Por ahí es pedir mucho, no sé.
Ya Katchadjian había publicado un experimento titulado El Martín Fierro ordenado alfabéticamente. Todos los versos de la primera parte del largo poema nacional que empezaban con A, los agrupó. Se forman cosas como está:

A andar con los avestruces
a andar reclamando sueldos
a ayudarles a los piones
a bailar un pericón
a bramar como una loba
a buscar almas más tiernas
a buscar una tapera
a cada alma dolorida
A cada rato, de chasque
a cantar un argumento
a cortarme en un carrillo
a dar con la coyuntura
a decir lo que pasaba

¿Tiene algún sentido hacer esto? Intervenir un objeto artístico, en este caso un libro, ¿sirve? No, sé. Y tampoco importa. Lo que creo es que no puede molestarle a nadie la existencia de libros intervenidos, “curados” por otros escritores, por generaciones nuevas. La biblioteca de Babel, seguramente, incluiría un volumen de este Martín Fierro. En esos versos reordenados siento que el Martín Fierro se revitaliza y se acerca a poetas como Larkin o Carver, que son los que me gustan. Desaparece la tonal y molesta entonación del gaucho, si es que lo gauchos entonaban para recitar o escribir poesía. ¿Quién escribe el Martín Fierro? Mejor dicho: ¿Quién habla? ¿Un gaucho? Recordemos además que, de alguna manera, Lugones ya había intervenido al poema cuando lo canonizó. A Katchadjian le pusieron un embargo sobre sus bienes por ochenta mil pesos. ¿Para qué someter a un escritor al fantasma de la cárcel como si esto fuera el Medioevo o la Unión Soviética?  

En 1972, al grito de «Yo soy Jesucristo y he regresado de la muerte», Laszlo Todt agarró a martillazos a La piedad de Miguel Ángel. Fue su forma de intervenir la obra de otro autor. ¿Estamos poniendo lo de Katchadjian a ese nivel y cobrándole una multa por ello? ¿Le valdrán a Katchadjian alegatos como el del “inconsciente colectivo” de Jung o el sistema de citas que imaginaba Benjamin cuando pensaba en la historia y la cultura? ¿Le creerán que existió Pierre Menard?

PD: Mientras termino de corregir estas notas, leo por facebook –esa Babel de hoy- que han desestimado la denuncia y declaran que Katchadjian no es un chorro sino un escritor.




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