viernes, 12 de junio de 2015

No hagamos bandera

Stephen Hawking dijo que nadie puede dudar de que en la extensión desaforada del universo exista vida más allá de la Tierra, pero hay una pregunta que no se ha respondido de modo uniforme: “¿Cómo será esa forma de vida?”. En efecto, el cine de Hollywood nos acostumbró a esperar algo concreto o, por lo menos, a esperarlo siempre de la misma forma. Ni hablar el amarillismo de ciertas sectas. La mayoría de las veces, la cuestión extraterrestre está planteada dentro de un relato épico. Recordemos que es cine y que tiene que vender. Sólo un reducido conjunto de películas presenta alienígenas amistosos o conversos –El día que la Tierra se detuvo- o, como en Sector 9, víctimas del racismo.
Otro Stephen, Spielberg, que en su carrera ha dado sobradas muestras de interés por la vida extraterrestre, ha propuesto opciones. Para el gran público produjo un personaje inolvidable, E.t. Este personaje es simpático, pacífico, casi un niño en su manera de explorar el mundo y hacer contacto. Pero al correr peligro su vida en este planeta, debe marcharse. Hasta último momento hay tensión, porque ya nos hemos encariñado con el personaje. El contacto no es de una raza extraterrestre con la humanidad, sino reducido a un niño y a un extraterrestre. Es una historia de amor y amistad. ¿Para qué hay un extraterrestre entonces? Bueno, no se sabe. Es como esa de vaqueros gays. ¿Qué quiere demostrar? ¿Qué siempre hubo homosexuales, incluyendo la conquista del oeste norteamericano? No hay otra experiencia por fuera de esta en E.t. Otra película suya plantea algo distinto. La renombrada Encuentros cercanos del tercer tipo. Aquí, la cosa parece estar dicha de un modo más serio. No hay un personaje alienígena a lo Disney con el que nos identificamos desde el comienzo. Los extraterrestres son inteligentes, superiores en tecnología –su inmensa nave lo demuestra- pero al mismo tiempo pacíficos. Spielberg se mete en Encuentros cercanos con el tema de los secuestros extraterrestres o abducciones a través de la experiencia de un hombre, un niño al que se llevan y su madre. La película popularizó la tipología de los extraterrestres conocidos como Grises. Hay un cuento de Fogwill que se llama Los pasajeros del tren de la noche en el que soldados muertos regresan a sus pueblos en tren, siempre de noche, a la estación donde los esperan sus familiares. Fogwill no nos dice cómo es que ocurre esto, como es posible. El shock no está en explicarlo sino en aceptarlo. 

Otras películas plantean siempre una confrontación de la que los humanos salimos victoriosos. Hay dos estilos o dos relatos en este tipo de películas. Uno es el de Alien: el octavo pasajero, cuya inmortal criatura diseñó el suizo Giger. No sé si porque en algún momento de mi vida Blade Runner me atravesó o porque soy fanático del coliseo romano y me gustó verlo recreado en Gladiador, me gustan muchas de las películas de Ridley Scott. Aún en los fracasos como 1492: La conquista del paraíso. Por todo esto será que Alien me parece una gran película y sobre todo si consideramos el género ciencia ficción de terror. Introduce un nuevo tipo de alienígena: uno que no demuestra tener inteligencia racional, pero sí un instinto biológico de supervivencia que lo convierte en un animal evolucionado. Una máquina perfecta de cazar que poco a poco va aniquilando a los miembros de una tripulación “x” hasta quedar prácticamente frente a frente con uno solo. A veces el menos esperado. En Alien es la teniente Ripley, que todavía no es la Ripley de las películas posteriores. La perfecta máquina de matar se ve vencida o taimada, en el último instante, por el humano.
El otro argumento para estas películas es el que roza la epopeya y que un poco adelantaba ya la trasmisión radial de La guerra de los mundos de Orson Welles. Bando contra bando. Ellos contra nosotros. Las cosas se ponen difíciles y sobre el final se descubre cómo vencerlos. Casi siempre son los estadounidenses quienes lo descubren y desde la Casa Blanca le avisan a las demás capitales del mundo. Hay una escena obligada, parece: el de televisores en distintos hogares y bares mostrando platos voladores que se desploman sobre la torre Eiffel, sobre el Big Ben, sobre el coliseo romano, sobre las pirámides de Egipto. Estas películas proponen un enfrentamiento que se parece al de dos grupos humanos, uno con más fuerzas y recursos y otro que no. Como sucedió con los españoles de Cortés y Moctezuma y su gente en la conquista de México. Pero en el cine, los aztecas le dan vuelta la tortilla a los conquistadores, quienes deben regresar en sus naves quemadas. Pero las posibilidades son infinitas e infinitamente integrantes. Lo alienígena puede variar desde un limo verde sobre una roca hasta animales vertebrados muy avanzados. Podría tratarse de inteligencias cuya arquitectura fuese distinta a la nuestra. Solaris de Lem o Space odissey de Kubrick van en esa línea.

Stephen Hawking, a quien Homero Simpson llama en un capítulo “el paralítico de la silla”, no ha filmado una sola película pero ostenta varios títulos. Es físico teórico, astrofísico, cosmólogo y divulgador científico. Es británico de Oxford; en 1982 fue honrado con la Orden del Imperio. Sus trabajos más importantes giran en torno al espacio y el tiempo,  la relatividad general y los agujeros negros que emiten un tipo de radiación  que lleva su nombre. Le han otorgado doce doctorados honoris causa. En los ratos libres es miembro de la Real Sociedad de Londres, de la Academia Pontificia de las Ciencias y de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos. Es decir que si alguien hay autorizado para decirnos que es obvio que hay vida ahí afuera, es Stephen Hawking. Pero así como nos dice que negar la vida extraterrestre es necio, también nos advierte: dejemos de intentar hacer contacto. Lúcidamente, Hawking esboza dos posibilidades claras. En una, nuestras señales alcanzan en un tiempo y espacio a una civilización que no tiene tecnología para decodificarla o que tiene una tecnología muy rudimentaria para hacerlo y nunca se enteran de nada. La otra posibilidad contempla que la señal pueda ser interceptada por una civilización avanzada. No sabemos, no podemos saber, cuáles serían las consecuencias. Lo que debemos hacer  –dijo Hawking- es dejarnos de joder y ocultarnos lo mejor que podamos. 

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