
Con los pies hinchados en la
palangana,
Glorita debe estar pensando en qué momento
dejó de ser la Princesa Leila,
para casarse con ese hombre que duerme
-los pies amarillos y el sudor tatuado-
en el medio de la cama matrimonial.
Glorita debe estar pensando en qué momento
dejó de ser la Princesa Leila,
para casarse con ese hombre que duerme
-los pies amarillos y el sudor tatuado-
en el medio de la cama matrimonial.
Es un absoluto paisaje peronista el que describe
Casas en el poema. Otro de los poemas que más me gusta es Reunión en Guayaquil, micro ensayo sobre el encuentro en esa ciudad
entre San Martín y Bolivar:
Ahora sabemos
que no se contaron chistes de realistas
ni fumaron opio
frente al mapa de la Confederación.
Hablaron -comiendo charqui, lustrándose las
botas-
de lo difícil que es sostener una pareja,
de guerra en guerra,
a tanta distancia.
que no se contaron chistes de realistas
ni fumaron opio
frente al mapa de la Confederación.
Hablaron -comiendo charqui, lustrándose las
botas-
de lo difícil que es sostener una pareja,
de guerra en guerra,
a tanta distancia.
Todo en Casas, aún el mítico encuentro entre los próceres, tiene el
peso de lo cotidiano/ritual. Un poema que se llama Doxa dice:
No debería perturbarte
el ruido que hace tu viejo con la boca
cuando come
el ruido que hace tu viejo con la boca
cuando come
O uno de los mejores que le leí, Despertarte. Lo paso entero, porque es genial:
Despertarte a mitad de la noche
y ver en el otro lado de tu cama
a tu mujer llorando
es una experiencia importante.
Quiere decir, entre otras cosas,
que mientras paseabas por los cuartos
iluminados de tu cerebro
algo se estaba gestando cerca tuyo
Un error con el cual mantenés
una particular relación de intimidad.
Porque aunque no firmemos nada,
ni corramos apurados bajo la lluvia de arroz
pensamos que es para toda la vida
y así seguimos.
Botes que durante la noche
quedan amarrados al muelle
golpeándose entre sí,
según el viento.
y ver en el otro lado de tu cama
a tu mujer llorando
es una experiencia importante.
Quiere decir, entre otras cosas,
que mientras paseabas por los cuartos
iluminados de tu cerebro
algo se estaba gestando cerca tuyo
Un error con el cual mantenés
una particular relación de intimidad.
Porque aunque no firmemos nada,
ni corramos apurados bajo la lluvia de arroz
pensamos que es para toda la vida
y así seguimos.
Botes que durante la noche
quedan amarrados al muelle
golpeándose entre sí,
según el viento.
Hay un montón de versos sueltos o fragmentitos que
podría citar que me gustan muchísimo. Por ejemplo los que siguen, donde las
metáforas están buenas porque Casas no se esfuerza por inventarlas, sino que
las encuentra –una vez más, como siempre- en lo cotidiano:
El día se consume
como una pastilla efervescente.
como una pastilla efervescente.
O también:
Desde lo alto de la colina,
la ciudad de Iowa era una torta de cumpleaños
que alguien llevaba hacia la mesa
por un corredor oscuro.
la ciudad de Iowa era una torta de cumpleaños
que alguien llevaba hacia la mesa
por un corredor oscuro.
Su poesía, como la de Philip Larkin, me gusta
porque no viene a decirme que le ponga onda, que las cosas son bellas o que
detrás de las nubes, siempre está el sol. La poesía de Casas, como Larkin o
Carver, me interpela de un modo directo. Me dice: sé lo que pensás porque yo
pienso parecido. Todo esto está lleno de pelotudos, de dolor, de miedo. Leerlo, como dice la contratapa de Ocio, es un cross a la mandíbula.
El segundo libro que compré de Casas tiene un
título perfecto: La supremacía Tolstoi.
Si formara un trío instrumental de música progresiva, al estilo Crimson o Rush,
le pondría La supremacía Tolstoi.
Es un libro de ensayos donde Casas vuelve a hablar
casi de lo mismo que en los poemas. Aparecen San Lorenzo y su padre ya viejo
-como en Un día en la cancha-, el
mundo de la niñez –El padrino I, II y III-
ideas benjamineanas –Handball me
parece un ejemplo- y se suman cosas como el zen o el karate a los libros,
autores, películas y música que ama u odia Casas. Aparece también la
protagonista de uno de los mejores ensayos del libro: su perra Rita. Sus
amigos, su mujer, su día a día son el material de estos textos. Para Fabián
Casas, el peso del mundo propone una contienda cada mañana. De eso, a la larga,
escribe siempre. Pero no nos aburre con una cantinela oscura. Va buscando las
conexiones y los huecos, los deja vu de
la Matrix. Por eso, creo, elige o le sale ser romántico; para no morir ahogado
de existencialismo. Sus personajes son su hermano –el
“Dragón”-, su viejo, su madre cuando estaba viva y su madre como posibilidad,
ya muerta, su primo a quien dedica un poema llamado Ezeiza y que vuelve en varios textos. Al leer a Casas, sentimos que
no nos miente.
Tanto el libro de poemas como este último de
ensayos, circularon por mi portafolio de profesor durante mucho tiempo. Los
leía en los ratos libres, en un café, en una estación de servicio donde hago
tiempo los lunes y martes, en mi departamento. En el medio leía otras cosas.
Los libros de Casas descansaban. Pero volvía a ellos con regularidad, aún a
veces para hojearlos nada más. Subrayar de golpe una frase, una oración. Por
esos días recuerdo que fui a la presentación de un libro, cosa rara en mí. Afuera,
me encontré con un compañero de trabajo, un profesor de letras. Nos pusimos a
charlar en la vereda.
-¿Qué estás leyendo? –me preguntó.
Le contesté lo que estaba leyendo por aquel
entonces, que eran los cuentos de Clarice Lispector y a Casas.
-A mí me gustaba Casas –dijo-. En los noventa era
la novedad. Es un romántico Casas. Dejé de leerlo. Ya no le creo.
Tal vez por mi condición de agradecido lector, sentí
que mi compañero reducía a Casas injustamente. Referirse a los noventa como un
momento histórico en el cual era válido leer a Casas en tanto “novedad” me
pareció clausurar su literatura, impedirle tener nuevos lectores a futuro. En
ese futuro, por ejemplo, estábamos él y yo charlando. Pensé además en si mi
compañero estaba hablando desde el profesionalismo. ¿Sabía él que las cosas
eran así? ¿Había un canon en el que Casas ya no encajaba? ¿Dónde puede uno
enterarse de esas cosas? Los lectores de Kafka lo leyeron mucho tiempo después
de su muerte. Hoy, libros como La Eneida o
El Quijote, pueden tener lectores que
antes no tenían. ¿Tan rápido van las cosas en la era del whatsapp que mi
compañero borraba a Casas de la lista?
La palabra “romántico”, sin embargo, quedó dándome
vueltas. ¿Por qué había dicho que Casas era un romántico? Cuando volví a leerlo
en esos días, noté claramente que los links
de Casas formaban un canon, como ya dije. Su biblioteca es un arca, como la
de todo escritor. Un tiempo después, el flaco me llevó una edición vieja de Tuca, editada por Vox. Era una linda
edición, un libro que parecía también un suvenir de mano.
Un poco ya aburrido de Horla y La supremacía,
decidí buscar su primer libro de ensayos, Ensayos
bonsai, para seguirlo leyendo con la sensación de la novedad. Pregunté en
una librería. Hay una reedición de emecé que cuesta un ojo de la cara. Parece
que el libro –editado en 2007- había dejado de conseguirse. Me puse a buscarlo en librerías de usados. Lo
encontré de casualidad, muy barato y bastante cuidado. En la primera hoja
alguien escribió Alicia. Ninguna hoja estaba marcada, ninguna oración
subrayada. Deduje que Alicia era la dueña del libro. Me dije que a Alicia no le
había gustado el libro (¿para qué tenía su nombre entonces?) o que no le
gustaba discutir con los libros. Eso es lo que hago yo cuando subrayo y marco y
tomo notas sobre lo que leo en cuadernos espiralados: discuto con los libros. A
lo mejor, Alicia era de esas personas que prefieren tener los libros
inmaculados, pero aún así los leen y los disfrutan. Me pregunté también si
había sido Alicia la que decidió canjear o vender ese libro y por qué.
¿Necesidad económica? ¿Cuánto te dan hoy por un libro?
La tapa de Ensayos
bonsai me encanta. Es como uno de esos carros alegóricos de los desfiles
yanquis. Representa al auto de Meteoro y sobre él, dentro de una bola de vidrio
–esas que se dan vuelta y pareciera que cae nieve- van los otros personajes de
la serie. ¿Estos ensayitos prefiguran un poco lo que después vendría en La supremacía Tolstoi? Para mí es al
revés. Los de La supremacía los veo
ahora como una proyección de Los ensayos
bonsai. Casas no da respiro en este libro. Su metabolismo crea una bestia.
Todo, una vez más, está allí. Su pathos
como autor, creo, aflora en estos textos con brutalidad y violencia festiva. Son
breves, como las golpizas de alguien que sabe pegar.
Hace poco leí Ocio,
su única novela. Incluye también un texto largo llamado Los veteranos del pánico que funciona como una mini novela. Me
hermana me dijo que una conocida suya vendía sus libros usados por facebook y
me pasó las fotos. Entre una larga e irregular lista de títulos, estaba
extrañamente el de Casas. No me sorprendió al leer Ocio que aparecieran una vez más las claves y los tópicos de sus
poemas y ensayos. La novela está escrita en el tiempo posterior a la muerte de
su madre, momento en el cuál Casas sigue viviendo en la casa paterna, sin
trabajo –de allí el título- y comparte la convivencia con su padre y su
hermano. Es común decir de un escritor que ya ha publicado varias cosas, que
alguno de sus primeros trabajos encierra las claves de su escritura futura. Decir
que casi todo Borges, por ejemplo, está en Fervor
de Buenos Aires. Pero aún así, al leer Ocio,
caí en la trampa y me dije yo también que mucho de Casas está allí. En esa casa
del barrio de Boedo, que perteneció a su abuelo y donde vivieron sus padres
recién casados, donde nació él, donde murió su madre, donde ocupa una
habitación en la parte de arriba que da al patio, se gesta el mito fundacional
de Fabián Casas.
Tal vez en un arrebato, Piglia dijo que Washington
Cucurto, hablando de pasillos de villas,
de cumbia y de merca, era el Roberto Arlt de nuestro tiempo. También Casas
comparte algo con Arlt, algo que muy posiblemente se refleja en las Aguafuertes porteñas de este. El ensayo
mezclado con la crónica, la ciudad y sus recovecos, la mirada sobre los otros. Yo
veo, sin embargo, que Casas se acerca más a Borges. Su sistema de escritura, su
manera de construir una obra, es borgeana. De la micro-cita (a veces sin decir
de quién), ambos pasan a la oración. De la oración, a los párrafos. Los párrafos
arman textos, que no son muy extensos. Esos textos forman libros y, finalmente,
los libros componen una biblioteca. En la biblioteca Borges, ¿cuántas veces
aparece la mención de Aquiles y la tortuga, esa paradoja del espacio que pensó
un tal Zenón? ¿Cuántas veces Borges habla de la fundamental biblioteca de su
padre? ¿Y de la pampa o Buenos Aires? ¿Cuántas espadas nórdicas y tigres
pueblan sus páginas? ¿Y el ajedrez, Stevenson o Kafka? Ensayos, cuentos y poemas,
en Borges, hablan de lo mismo. Casas igual. Escribe siempre sobre lo mismo, al
derecho o al revés. Por ejemplo, en Ocio cuenta
un sueño con su madre, donde ella está viva y se pasea con una bata roja. Un poema
retoma el sueño, y también lo encontramos mencionado en un ensayo.
De momento
no he leído Los Lemmings, un libro de
cuentos que publicó en 2005, ni El hombre
de overol, un poemario de treinta páginas que editó también Vox. Los imagino
como piezas infaltables de ese mismo juguete con el que siempre se encierra a
jugar Fabián Casas.
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