miércoles, 17 de junio de 2015

Panic show

Hace muchos años trabajé en un colegio donde había un alumno ciego. Un día, una profesora quiso referirse a su condición, pero algo le impedía pronunciar la palabra “ciego”. Dio muchas y confusas vueltas, su respiración vaciló un par de veces y su voz se atenuaba como si quisiera resolverse con un fade out o que la tierra directamente la tragara. Me hizo pensar en esas cosas que la gente –al menos mucha gente- no quiere nombrar y que, cuando lo tiene que hacer, utiliza una palabra sustituta. Esa que no encontraba aquella profesora para decir, sin decirlo, “ciego”. Decirle “la huesuda” o “la parca” a la muerte es un ejemplo. Lo comestible compone –al menos en Argentina, que es donde yo hablo- un conjunto que se usa mucho para “nombrar otra cosa”. En vez de decir “idiota”, se dice “zanahoria” o “zapallito”. Un boludo que no se enteró y que se cree canchero, es un “banana”. Alguien de pocas luces, un “papa frita”. Evitamos decir que alguien es amargado diciendo “vinagre”. Un buen culo es “un pan dulce”. Alguien recién levantado de una siesta (a punto de salir) está hecho una “lechuguita”. “Cebolla” se les dice –vilmente- a los que no paran de transpirar con olor ácido y cuya incipiente cercanía es intolerable. Si alguien chocó jodido “se hizo torta”. A una chica linda le decimos “bombón” y el que no pone fuerte la pierna en el fútbol es un “masita”. Es una lista tan curiosa como inofensiva. En otros casos, hay palabras que parecieran ser tabú. La gente no quiere pronunciarlas. Decirlas, es como descubrir que tu compañero de teatro llegó el día del estreno con medias amarillas: fuerzas oscuras parecen ser puestas en movimiento. Cuando Spinetta enfermó de cáncer –una de esas palabras tabú a la que se suele nombrar como “la papa”- se vio obligado a sacar un comunicado explicando su situación y pidiendo que “no panikeen”. No nombraba la palabra “cáncer” y uno entendía que no era necesario. Lo entendía cuando Spinetta decía que en ese momento lo único importante era el amor de su familia. 
Anticipándose al semanario Muy –que había publicado que Spinetta estaba enfermo de cáncer- el Indio Solari pidió un micrófono y habló para decir que se retira un tiempo y que está enfermo.  “No es cáncer, ni HIV ni nada contagioso, pero hay que tomarla en cuenta porque te va invalidando”. ¿El Indio dice “cáncer” porque no está enfermo de eso? ¿Mismo “HIV”? ¿Si los tuviera los nombraría? Tal vez no. Pero, ¿qué tiene? No lo dice. ¿O diría como Spinetta, “no panikeen”? Esa palabra que inventó Spinetta para denominar un estado general de cosas con las que no estaba para lidiar, encaja perfectamente en la retórica de Solari. Nada cuesta imaginarlo de nuevo por la pantalla de Crónica en aquella conferencia, tras los incidentes de Olavarría, hablando como un filósofo y metiendo en algún remate un “no panikeen, chicos” mientras toca un cenicero.
Es curioso como aquel discurso del Indio quedó adherido a la historia de los Redondos, magnificando su ya mítica presencia como cantante del grupo. Hubo gente que lo veía o escuchaba hablar por primera vez –mis viejos por ejemplo- y se sorprendía del léxico del tipo, de su forma de jugar con las palabras, de armar oraciones, de hilvanar párrafos y finalmente convencer. Para los que al Indio lo seguían pensando como Patricio Rey fue en verdad desconcertante. No sabían cómo interpelar a esa  figura oscura y clandestina del rock, pero al mismo tiempo famosa. Es, con sus lentes pequeños y oscuros, su gorra y sin dejar de fumar, el dios del inframundo. Parace un tachero, un DT de las inferiores, el dueño de una quiniela. Pero abre la boca y la deja así de chiquita. Definitivamente en esa conferencia es donde el Indio Solari terminó de sacar chapa de “filósofo” del rock nacional.
Desde que los Redondos se separaron, la retórica del Indio Solari –mismo que su mejor poesía- se ha ido resumiendo, hasta casi quedar en la estructura. Hay una sugerencia de texto, de imagen, con truquitos bien conocidos, y una maquinaria musical indescifrable, una bola electro detrás de todo, que compone apenas un esqueleto. El resto hay que armarlo uno mismo. En estos días supimos la noticia de que el Cirque du soleil montará un show con canciones de Soda Stereo. Si tenemos en cuenta que los espectáculos anteriores de la empresa canadiense fueron sobre los Beatles y Michael Jackson, no es poca cosa para una banda del Río de la Plata haciendo un rock en español porteño. ¿Qué podía pasarnos después de Francisco I? Cuando todo parecía agotado en el estribillo de nuestra argentinidad al palo, este nuevo gol al ángulo. Los fanáticos de Soda están insoportables. Un contacto que conozco puso en facebook “chupala Indio”. O “la tenés adentro”, no me acuerdo bien. El exabrupto maradoniano cerraba un discurso lacrimógeno de amor por Cerati y por una Argentina mejor, donde todos son hinchas de River y radicales. Sigo sin entender esa dicotomía. ¿Qué hay en el medio que separa a los fans de Soda y los Redondos? Por lo menos a los más boludos. No aman una música sino una estética. O se afirman de un lado en tanto y en cuanto odien al otro.
Algunas canciones de Soda me gustan mucho a partir de Doble vida. Allí van cerrando una suite que concluyeron en el show de Mtv. Como el unplugged de Nirvana, tiene sabor a legado.  A diferencia del Indio –cuyos mejores discos grabó con los Redondos- Cerati tuvo una carrera solista mejor que la que había tenido con su banda. Su crecimiento como artista y músico en cada uno de sus discos es notable. El Indio parece atrapado en algún capítulo de El túnel. Ya lo cantaba el careta de Juanse en la letra que le dedica: “no traten de encontrarme/no salgo ya a ninguna parte/me gusta caminar por mi mansión/Toda esa pobre gente/que se muere de repente/espero que ahora esté mucho mejor”.  Siempre me gustaron los Redondos. Soy fan. Tengo hasta cosas piratas que suenan bien, porque en vivo eran una de las mejores bandas del mundo.  Como dice la letra de Ya morí de los Ratones, el Indio nos hizo creer que era un bolchevique. A partir de Lobo suelto Cordero atado, empieza a tensar el cable. Es el primer disco que firman con otros nombres. Algunos sonidos y letras anticipan el infierno que vendrá en Luzbelito, que es para mí el último disco de los Redondos. Ultimo bondi a Finisterre y Momo sampler son el Indio y su luzbola demencial. Son un error de la Matrix. Su intolerancia se fue haciendo evidente y repetitiva. Las alusiones a ángeles o demonios, un recurso. Así, los discos del Indio –a diferencia de los de Cerati- son predecibles. Pareciera que buscara hacer siempre el mismo tema, como Juan L. Ortiz el mismo poema.  A él le tocó seguir con el pathos de los Redondos pero su música se encriptó. La gente va a verlo como a una proyección de lo que fue: misa ricotera o misa india, lo que sea. Las largas caravanas. Esas pibas de Ushuaia que se van a los caminos.
Cerati se despega de Soda, pero el pathos es él: la banda queda eclipsada o, mejor dicho, supeditada a Cerati. Lo vi en vivo una sola vez, solista, en las playas del sur de Mar del Plata. Hacía un calor terrible y estaba lleno de gente. Haciendo un chiste, dijo: “a esos árboles le crecieron humanos”. Muchos se habían trepado hasta ahí para verlo. La gente se río como si Cerati fuera el rey de la comedia. Fue gracioso porque lo dijo él.
El Indio no nombró lo que tiene ni nos dijo que pueda pasar. No panikeó. Ojalá no pasé “naranja” y se siga metiendo largo tiempo todavía al estudio, a ver si encuentra la canción que busca.

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