Hace muchos años trabajé en un colegio donde había
un alumno ciego. Un día, una profesora quiso referirse a su condición, pero
algo le impedía pronunciar la palabra “ciego”. Dio muchas y confusas vueltas,
su respiración vaciló un par de veces y su voz se atenuaba como si quisiera
resolverse con un fade out o que la
tierra directamente la tragara. Me hizo pensar en esas cosas que la gente –al
menos mucha gente- no quiere nombrar y que, cuando lo tiene que hacer, utiliza
una palabra sustituta. Esa que no encontraba aquella profesora para decir, sin
decirlo, “ciego”. Decirle “la huesuda” o “la parca” a la muerte es un ejemplo. Lo
comestible compone –al menos en Argentina, que es donde yo hablo- un conjunto
que se usa mucho para “nombrar otra cosa”. En vez de decir “idiota”, se dice
“zanahoria” o “zapallito”. Un boludo que no se enteró y que se cree canchero,
es un “banana”. Alguien de pocas luces, un “papa frita”. Evitamos decir que
alguien es amargado diciendo “vinagre”. Un buen culo es “un pan dulce”. Alguien
recién levantado de una siesta (a punto de salir) está hecho una “lechuguita”.
“Cebolla” se les dice –vilmente- a los que no paran de transpirar con olor
ácido y cuya incipiente cercanía es intolerable. Si alguien chocó jodido “se
hizo torta”. A una chica linda le decimos “bombón” y el que no pone fuerte la
pierna en el fútbol es un “masita”. Es una lista tan curiosa como inofensiva. En
otros casos, hay palabras que parecieran ser tabú. La gente no quiere
pronunciarlas. Decirlas, es como descubrir que tu compañero de teatro llegó el
día del estreno con medias amarillas: fuerzas oscuras parecen ser puestas en
movimiento. Cuando Spinetta enfermó de cáncer –una de esas
palabras tabú a la que se suele nombrar como “la papa”- se vio obligado a sacar
un comunicado explicando su situación y pidiendo que “no panikeen”. No nombraba
la palabra “cáncer” y uno entendía que no era necesario. Lo entendía cuando
Spinetta decía que en ese momento lo único importante era el amor de su
familia.
Anticipándose
al semanario Muy –que había publicado
que Spinetta estaba enfermo de cáncer- el Indio Solari pidió un micrófono y habló para decir que se retira un tiempo y que está enfermo. “No es cáncer, ni HIV ni nada contagioso, pero
hay que tomarla en cuenta porque te va invalidando”. ¿El Indio dice “cáncer”
porque no está enfermo de eso? ¿Mismo “HIV”? ¿Si los tuviera los nombraría? Tal vez no. Pero, ¿qué tiene? No lo dice. ¿O
diría como Spinetta, “no panikeen”? Esa palabra que inventó Spinetta para
denominar un estado general de cosas con las que no estaba para lidiar, encaja
perfectamente en la retórica de Solari. Nada cuesta imaginarlo de nuevo por la
pantalla de Crónica en aquella
conferencia, tras los incidentes de Olavarría, hablando como un filósofo y
metiendo en algún remate un “no panikeen, chicos” mientras toca un cenicero.
Es curioso como aquel discurso del Indio quedó
adherido a la historia de los Redondos, magnificando su ya mítica presencia
como cantante del grupo. Hubo gente que lo veía o escuchaba hablar por primera
vez –mis viejos por ejemplo- y se sorprendía del léxico del tipo, de su forma
de jugar con las palabras, de armar oraciones, de hilvanar párrafos y finalmente
convencer. Para los que al Indio lo seguían pensando como Patricio Rey fue en
verdad desconcertante. No sabían cómo interpelar a esa figura oscura y clandestina del rock, pero al
mismo tiempo famosa. Es, con sus lentes pequeños y oscuros, su gorra y sin
dejar de fumar, el dios del inframundo. Parace un tachero, un DT de las
inferiores, el dueño de una quiniela. Pero abre la boca y la deja así de
chiquita. Definitivamente en esa conferencia es donde el Indio Solari terminó
de sacar chapa de “filósofo” del rock nacional.
Desde que los Redondos se separaron, la retórica
del Indio Solari –mismo que su mejor poesía- se ha ido resumiendo, hasta casi
quedar en la estructura. Hay una sugerencia de texto, de imagen, con truquitos
bien conocidos, y una maquinaria musical indescifrable, una bola electro detrás
de todo, que compone apenas un esqueleto. El resto hay que armarlo uno mismo.
En estos días supimos la noticia de que el Cirque
du soleil montará un show con canciones de Soda Stereo. Si tenemos en
cuenta que los espectáculos anteriores de la empresa canadiense fueron sobre
los Beatles y Michael Jackson, no es poca cosa para una banda del Río de la
Plata haciendo un rock en español porteño. ¿Qué podía pasarnos después de
Francisco I? Cuando todo parecía agotado en el estribillo de nuestra
argentinidad al palo, este nuevo gol al ángulo. Los fanáticos de Soda están
insoportables. Un contacto que conozco puso en facebook “chupala Indio”. O “la
tenés adentro”, no me acuerdo bien. El exabrupto maradoniano cerraba un
discurso lacrimógeno de amor por Cerati y por una Argentina mejor, donde todos
son hinchas de River y radicales. Sigo sin entender esa dicotomía. ¿Qué hay en
el medio que separa a los fans de Soda y los Redondos? Por lo menos a los más
boludos. No aman una música sino una estética. O se afirman de un lado en tanto
y en cuanto odien al otro.
Algunas canciones de Soda me gustan mucho a partir
de Doble vida. Allí van cerrando una
suite que concluyeron en el show de Mtv. Como el unplugged de Nirvana, tiene
sabor a legado. A diferencia del Indio –cuyos mejores discos
grabó con los Redondos- Cerati tuvo una carrera solista mejor que la que había
tenido con su banda. Su crecimiento como artista y músico en cada uno de sus
discos es notable. El Indio parece atrapado en algún capítulo de El túnel. Ya lo cantaba el careta de
Juanse en la letra que le dedica: “no traten de encontrarme/no salgo ya a ninguna parte/me gusta caminar
por mi mansión/Toda esa pobre gente/que se muere de repente/espero que ahora
esté mucho mejor”. Siempre me gustaron
los Redondos. Soy fan. Tengo hasta cosas piratas que suenan bien, porque en
vivo eran una de las mejores bandas del mundo.
Como dice la letra de Ya morí de
los Ratones, el Indio nos hizo creer que era un bolchevique. A partir de Lobo suelto Cordero atado, empieza a
tensar el cable. Es el primer disco que firman con otros nombres. Algunos
sonidos y letras anticipan el infierno que vendrá en Luzbelito, que es para mí el último disco de los Redondos. Ultimo bondi a Finisterre y Momo sampler son el Indio y su luzbola
demencial. Son un error de la Matrix. Su intolerancia se fue haciendo evidente
y repetitiva. Las alusiones a ángeles o demonios, un recurso. Así, los discos
del Indio –a diferencia de los de Cerati- son predecibles. Pareciera que
buscara hacer siempre el mismo tema, como Juan L. Ortiz el mismo poema. A
él le tocó seguir con el pathos de los Redondos pero su música se encriptó. La
gente va a verlo como a una proyección de lo que fue: misa ricotera o misa
india, lo que sea. Las largas caravanas. Esas pibas de Ushuaia que se van a los
caminos.
Cerati se despega de Soda, pero el pathos es él: la
banda queda eclipsada o, mejor dicho, supeditada a Cerati. Lo vi en vivo una
sola vez, solista, en las playas del sur de Mar del Plata. Hacía un calor terrible
y estaba lleno de gente. Haciendo un chiste, dijo: “a esos árboles le crecieron
humanos”. Muchos se habían trepado hasta ahí para verlo. La gente se río como
si Cerati fuera el rey de la comedia. Fue gracioso porque lo dijo él.
El Indio no nombró lo que tiene ni nos dijo que
pueda pasar. No panikeó. Ojalá no pasé “naranja” y se siga metiendo largo
tiempo todavía al estudio, a ver si encuentra la canción que busca.
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