lunes, 17 de agosto de 2015

El tigre de William Blake

Antes de empezar, les paso entera una traducción que realizó Soledad Capurro sobre el poema “El tigre”, del escritor inglés William Blake:

¡Tigre! ¡Tigre!, reluciente incendio
En las selvas de la noche,
¿Qué mano inmortal u ojo
Pudo trazar tu terrible simetría?

¿En qué lejanos abismos o cielos
Ardió el fuego de tus ojos?
¿Sobre qué alas se atreve a elevarse?
¿Qué mano se atrevió a tomar el fuego?

¿Y qué hombro, y qué arte
Pudo torcer el vigor de tu corazón?
Y cuando tu corazón empezó a latir,
¿Qué espantosa mano? ¿Y qué espantosos pies?

¿Qué martillo? ¿Qué cadena?
¿En qué horno estaba tu cerebro?
¿Qué yunque? ¿Qué espantoso puño
Osa abrazar su mortales terrores?

Cuando las estrellas tiraron sus lanzas
Y mojaron el cielo con sus lágrimas,
¿Sonrió al ver su obra?
¿Aquel que hizo al cordero, te hizo a ti?

¡Tigre! ¡Tigre!, reluciente incendio
En las selvas de la noche,
¿Qué mano inmortal u ojo
Pudo trazar tu terrible simetría?

Les paso ahora el original:

TIGER, tiger, burning bright
In the forests of the night,
What immortal hand or eye
Could frame thy fearful symmetry?

In what distant deeps or skies
Burnt the fire of thine eyes?
On what wings dare he aspire?
What the hand dare seize the fire?

And what shoulder and what art
Could twist the sinews of thy heart?
And when thy heart began to beat,
What dread hand and what dread feet?

What the hammer? what the chain?
In what furnace was thy brain?
What the anvil? What dread grasp
Dare its deadly terrors clasp?

When the stars threw down their spears,
And water'd heaven with their tears,
Did He smile His work to see?
Did He who made the lamb make thee?

Tiger, tiger, burning bright
In the forests of the night,
What immortal hand or eye
Dare frame thy fearful symmetry?

Hay otras variantes, donde además de traducir también se mete mano en la forma de versificar:

Tigre, tigre, que te enciendes en luz
 por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
pudo idear tu terrible simetría?
¿En qué profundidades distantes, en qué cielos ardió el fuego de tus ojos?
¿Con qué alas osó elevarse? ¿Qué mano osó tomar ese fuego?

¿Y qué hombro, y qué arte
pudo tejer la nervadura de tu corazón?
Y al comenzar los latidos de tu corazón,
¿qué mano terrible? ¿Qué terribles pies?

¿Qué martillo? ¿Qué cadena?
¿En qué horno se templó tu cerebro?
¿En qué yunque? ¿Qué tremendas garras osaron sus mortales terrores dominar?

Cuando las estrellas arrojaron sus lanzas
y bañaron los cielos con sus lágrimas
¿sonrió al ver su obra?
¿Quien hizo al cordero fue quien te hizo?

Tigre, tigre, que te enciendes en luz,
por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
osó idear tu terrible simetría?

Otras “licencias” admiten por “Tyger!, Tyger! burning bright”: “¡Tigre! ¡Tigre! que te enciendes en tu luz” o también “¡Tigre! ¡Tigre! ardiendo brillante”. Estas diferencias me fueron dadas después de haberme encontrado a través de los años con distintas traducciones. Nadie, que yo sepa, intentó darle a “burning bright” el valor que en castellano tendría por “brillo ardiente”, que es como yo lo traduciría, entendiendo que vale como traspaso literal y también como metáfora.

El lenguaje críptico -y místico- de Blake debe ser un verdadero reto para los traductores de su poesía, pero no menos que su vida: fue profeta, pintor, poeta y grabador, dueño de una imaginación visionaria unida a un cristianismo místico que –según Cernuda- dieron un orden nuevo, iniciando experiencias que alguna generación futura puediera estimar dignas de continuación. Esa generación fue la de la segunda mitad del siglo XX: Aldous Huxley y sus Puertas de la percepción, Carlos Castaneda y su Don Juan. Blake fue al mismo tiempo un enemigo de las ciencias físicas y la filosofía natural, de allí que su tono siempre sea afiebrado. 
Hay quienes ven en la monja medieval Hildegard una precursora de Blake, así como Borges vio en Zenón a un precursor de Kafka. En 2012, el neurólogo británico Oliver Sacks publicó un libro llamado Alucinaciones en el que explora las posibles causas de por qué la gente común puede experimentar a veces alucinaciones y elimina el estigma detrás de la palabra. Explica: "Las alucinaciones no pertenecen en su totalidad a la locura. Mucho más comúnmente, están vinculados con la privación sensorial, la intoxicación, la enfermedad o el prejuicio." Acaso la teoría de Sacks pueda servir para explicar el trabajo alucinatorio de Blake.

El tigre es uno de esos viejos poemas –uno de los pocos poemas de esa época- a los que he vuelto una y otra vez. Lo he leído miles de veces, como también Oda a un ruiseñor de Keats. Ambos manejan un mismo argumento: la eternidad y los arquetipos. Es conocida la forma en la que Keats creó su más famoso poema. Enfermo, a los veintitrés años, en un patio, oyó –o creyó oír- el canto de un ruiseñor, ese pájaro que es más un símbolo literario que un ave real. Se preguntó entonces si ese mismo ruiseñor no sería aquel que también escucharon miles de años antes otras personas, en otros lugares: “La voz que oigo esta noche fugaz, fue oída en antiguos días por el emperador y el rústico: quizá el mismo canto que se abrió camino hasta el triste corazón de Ruth cuando añorando su patria, detúvose llorando en el trigal ajeno...”. El contraste entre la eternidad de la belleza y la fugacidad de la vida humana se convierte en el tema central del poema. El pájaro individual de esa noche, en ese jardín, no importa en tanto individuo de la especie, sino como arquetipo de una idea, de un canto, de una música, de algo que estuvo y seguirá estando aún cuando Keats, enfermo de tisis, haya muerto.
El tigre de Blake juega en el mismo campo. Si leemos el poema pensando en un tigre de verdad, nos parece harto común. Pero si entendemos ya desde el primer verso que ese tigre que se equipara a un brillo esplendoroso y también a un fuego o a un incendio, sabemos que el poeta nos habla de otro tigre, un tigre platónico que figura como el sello de dios, como una forma universal cuya esencia sería algo así como la “tigridad”, es decir, la posibilidad de que existan animales llamados tigres, que nazcan una y otra vez, pero que siempre sean la sombra, la proyección de aquel otro tigre, el único, el de fuego o de luz. Siempre pensé que la alusión a un bosque oscuro en el segundo verso tenía una doble función: la oscuridad funciona como contraste de ese fuego, realzando al tigre, pero también es símbolo de nuestra tiniebla mental, nuestra profusa manera de no comprender las formas de dios; en este caso, esa maravillosa forma que no entendemos pero que nombramos con el sonido “tigre”. De entrada, Blake interroga al tigre, pero es a Dios a quién está cuestionando:

¿Qué mano inmortal u ojo
Pudo trazar tu terrible simetría?
     
¿En qué lejanos abismos o cielos
Ardió el fuego de tus ojos?

O también, más adelante:

¿Qué martillo? ¿Qué cadena?
¿En qué horno estaba tu cerebro?
¿Qué yunque? ¿Qué espantoso puño
Osa abrazar su mortales terrores?

Cuando las estrellas tiraron sus lanzas
Y mojaron el cielo con sus lágrimas,
¿Sonrió al ver su obra?
¿Aquel que hizo al cordero, te hizo a ti?


Hace años que los tigres pululan en ficciones, en ilustraciones, en enciclopedias y diccionarios, y más frecuentemente en documentales como los que presentaba Lorne Greene en Mundo salvaje. Los tigres, desde hace siglo y medio, han caminado sobre tablones y tras barrotes de acero, bostezando enflaquecidos, o saltando aros de fuego para el deleite de familias que salen a pasear en días domingo. Adornan, caricaturescamente, cajas de cereal o carteles de estaciones de servicio. Cuán lejos ha quedado esa bestia maravillosa de Blake, generosa de vigor y de misterio.


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