
La única
película que vi de Lucrecia Martel fue “La mujer sin cabeza”. La fui a ver al
cine, me pareció bien filmada y dos o tres escenas me dejaron una fotografía bien
buscada, un buen ojo y elementos bien equilibrados. Pero no diría que me
conmovió. Mucho menos, que me voló la cabeza. Tuve esa sensación que a veces se
tiene al meterse en la obra de alguien después de un largo e intenso prólogo:
me gustaba más cuando me hablaban de ella. La gente que me hablaba de Martel
era, en su mayoría, ese tipo de argentino "progre" que piensa que el
peronismo es la raíz de todos los males de la Argentina y se siente superior
moralmente a los "negros". El cine de Martel es un cine correcto,
apto para la industria norteamericana como no lo sería Adrián Caetano, por decir
un nombre. Me recomendaron otras películas. “La ciénaga”, “La niña santa”. No
las vi. Supe más tarde que Martel iba a filmar una versión de
El Eternauta y me pareció inusual. Ya de
por sí, nadie lo había intentado en serio. Y era bueno ante todo que fuera una
directora de este estilo y no la productora de Suar. No se trataba de hacer “La
Guerra de las Galaxias” con nieve de espuma. Pero de repente, me parecía, una
directora de ese “grupo de cineastas progres y cool” elegía un personaje fuerte
en la cultura gráfica argentina. Decidía meterse con un personaje del pasado y
reinterpretarlo, justo además cuando La Cámpora estaba haciendo lo mismo desde
las banderas y el relato.

Martel se puso
en contacto con Elsa, la viuda de Oesterheld. Se informó debidamente de que toda
versión cinematográfica de la historieta que se llevara a cabo, debía cumplir
con una serie de pautas inamovibles. Por ejemplo, la película no puede
realizarse en inglés ni fuera del país, sino en Buenos Aires, en castellano y
con una decena de núcleos dramáticos que deben mantenerse firmes en relación con
el planteo original. Imagino que la cancha de River es uno de ellos. Contra
esto, supongo que Martel ideó una adaptación que sobrevolara, lo mejor posible,
el problema del presupuesto. Filmarla afuera hubiera permitido tener un
presupuesto acorde a efectos magníficos. Un Eternauta caminando por una
autopista de autos colapsados, en medio de la nevada. Uno de ellos tiene las
luces encendidas. En un
zoom out,
vemos la ciudad desierta, al mejor estilo
Contagio.
Estoy seguro de que Martel entendió lo fundamental de esta cláusula como límite
y se dispuso a ir más allá para cumplirla. Es decir, puso manos a la obra y
comenzó modificaciones para que la película estuviera, además de pautada, bien
hecha. Para poder conseguir el dinero se propuso adaptar la historieta a un
guión cinematográfico secuencialmente fiel, pero con pequeñas licencias que no
hacían al fondo de la historia (que no es el héroe colectivo, sino la derrota;
acaso Oesterheld nos esté mostrando el peor de los finales posible –no un
happy end hollywoodense– para
zamarrearnos y decirnos “guarda”). Martel pensó en una adaptación que implicara
plantear también una actualización ya que, como dice la cineasta en una
entrevista para el sitio
Esto no es una
revista, la transformación del
mundo entre los años ’50 y ahora es enorme: “
Ya es muy difícil crear la idea
del enemigo. Creo que el último gran intento fue Irak y los yanquis no lograron
transformar al Islam en el enemigo universal. En los ’50 lo habían logrado con
los alemanes. Algo de eso está muy presente en El Eternauta; en la invasión
extraterrestre hay un enemigo al que combatir y una sociedad muy homogénea
socialmente que tiene que resistir a eso. Y eso que es muy encantador como
metáfora, metonimias y reflexiones de la época, hoy eso ya funciona menos”.
El punto se opone a la lectura que hace La Cámpora de la historieta –y
más particularmente del Eternauta como símbolo aglutinador, masivo y popular.
Para ellos, el personaje es una herramienta.

La lectura que
hace Martel es profunda, de todos modos. Nada nos cuesta pensar que además
evalúa los costos y el presupuesto que demandaría una película de época. Un
pasaje de la entrevista nos da una idea: “
Me
parecía que la adaptación implicaba pensar en esa actualización. Lo que hice,
entonces, fue pensar un mundo en el cual el enemigo éramos nosotros mismos.
Pensar la invasión desde esa perspectiva. La historieta tiene algo maravilloso,
indudable, para el cine que es la nieve mortífera que, como arma, es más
sofisticada que los gurbos y los cascarudos. Curiosamente, en la historieta, te
plantean los enfrentamientos con estos últimos como lo más difícil. Pero lo más
difícil es la nieve. A los cascarudos los matan como perros, a los gurbos con
más trabajo, pero con unos cuantos tiros se mueren. Entonces, lo que intenté,
fue transformar la tecnología respetando lo orgánico, pero que de la nieve a
los otros enemigos, el crecimiento era dramático, de terror. Una cosa muy
moderna que tenía la historieta era el hombre-robot. Yo me fui más para el lado
de los zombies; a los cascarudos los achiqué y eran unos bichos que infectaban
a los muertos y se volvían zombies. Pero con la nieve como un paso importante
en la transformación de los muertos en zombies. Le agregaba un carácter
orgánico; entre la nieve, los cascarudos, los gurbos y los muertos que volvían
a la vida había una continuidad.” Me parecen puntos que están buenos.
Hay épocas que
no son propicias para el arte de autor. Por eso, el Eternauta de Martel es la película que no fue. Me es inevitable
pensar en Borges y aquello que dice en el prólogo de El jardín de los senderos que se bifurcan: “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de
explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en
pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y
ofrecer un resumen, un comentario. Así procedió Carlyle en Sartor Resartus; así Butler en The
Fair Haven; obras que tienen la
imperfección de ser libros también, no menos tautológicos que los otros. Más
razonable, más inepto, más haragán, he preferido la escritura de notas sobre
libros imaginarios”. Creo que Macedonio Fernández ya había inaugurado
esa costumbre.
Escribo, lo sé, sobre una película que no se
hizo. Planteo lecturas e hipótesis sobre un proceso posible y sobre las ideas
que planteaba Martel, rastreando intenciones, referencias, etc., lo que no es
fácil. Martel siente pasión por el proyecto, termino concluyendo. No busca
explotarlo, trabajarlo como símbolo, ponerle los ojos de Kirchner detrás de la
escafandra. Quiere filmar. Y allí está su error. Es un personaje de peso,
porque funciona como símbolo cultural Está perdiendo un momento histórico como
lo es reinventar al Eternauta, ser curadora de Oesterheld. Siente genuina
felicidad ante la lectura de la obra; tanta, que se la apropia. Se le ocurre
que Oesterheld es distraído y que se lo puede volver más verosímil: si
la historia transcurriera en verano, habría muchas más ventanas abiertas y
gente en la calle paseando. La nevada repentina, en pleno verano, dejaría un
tendal. Yo pienso que en verano, en capital, no queda nadie. Pero en ese cambio que imagina Martel vemos que
la obra ha funcionado porque permite otras lecturas. Es una obra en movimiento,
no una pieza de museo. Una obra de calidad es aquella que permite más de un
pensamiento. El boceto de Martel era una película de autor sobre
El
Eternauta, no una transposición ni una metáfora. Era una reinterpretación,
como la
remake que hicieron a finales
de los sesenta Oesterheld y Breccia, para revista
Gente. Allí, es el mismo autor el que da una vuelta de tuerca y
pone el ojo en el imperialismo estadounidense y en los cómplices y siervos de
turno. El Eternauta es aquí el símbolo de una lucha colectiva que busca una
unidad nacional, tal como hoy lo reinterpreta La Cámpora. Es un Eternauta con una escafandra distinta.
Tomaron al personaje de Oesterheld y lo mutaron, poniéndole a Kirchner adentro.
Hasta se lo nombra como el
Nestornauta,
a la cabeza de los pobres, de los piqueteros, de los oprimidos, de los nadies,
de los apatriados, de los indocumentados, de los descamisados de ahora, de los
nuevos militantes del peronismo joven. Y está bien. Su curación de la obra de
Oesterheld incluyó en el personaje algo que Martel no pudo proponer: ideología
popular. Es como si la reinterpretación del héroe hubiera estado al alcance de
dos voluntades, de dos campos intelectuales. La Cámpora se impuso y el héroe
colectivo es resultado de una relectura que encaja perfecto en un discurso y en
un relato. Siempre he creído que los años ’70 cambiaron la interpretación general
que hacemos
del Eternauta, y que está muy emparentada con
la versión que financió Vigil y que dibujó Breccia. Nos preparó para saber que
el enemigo invisible viene muchas veces con un enemigo real, concreto. Nos
preparó para la globalización y el imperialismo de la producción multinacional.
O ahora hay un determinado tipo de lector que el Eternauta no tenía y ahora sí
tiene, pero que al leerlo resignifica inevitablemente la obra. No sé, todo es
posible. Tampoco digo que me desagrade o me provoque censurarlo. Fue La Cámpora
y no Martel quien terminó reinterpretando al personaje. A mí no me parece un mal
homenaje para Oesterheld después de todo, que fue secuestrado y asesinado por
la Dictadura. Su personaje –y lo que representa en el proceso, no hacia el final–
va al frente de personas que él también defendía. Por eso luchaba.

Desde que se
barajó el nombre de Martel hasta que ésta se desvinculó del proyecto, pasó un
año y medio. No era acaso el momento. ¿Pero por qué el kirchnerismo no filmó su
propia película de El Eternauta? Entre
los puntos que deben respetarse, hay uno que se vuelve determinante para la
interpretación de la obra toda y de la idea del héroe colectivo: el pueblo
pierde. Como destino romántico, es inigualable. Como símbolo, es diferente a la
lectura de las banderas y los grafitis con aerosol: el kirchnerismo, con el
pueblo detrás, nunca pierde. Por eso no se puede filmar al Eternauta sin
modificarlo. También en la historieta, el final abre la posibilidad de la
derrota. Y el líder colectivo, Juan Salvo, queda perdido en un eterno retorno
de múltiples dimensiones.
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