lunes, 17 de agosto de 2015

¿Quién cura al Eternauta?



La única película que vi de Lucrecia Martel fue “La mujer sin cabeza”. La fui a ver al cine, me pareció bien filmada y dos o tres escenas me dejaron una fotografía bien buscada, un buen ojo y elementos bien equilibrados. Pero no diría que me conmovió. Mucho menos, que me voló la cabeza. Tuve esa sensación que a veces se tiene al meterse en la obra de alguien después de un largo e intenso prólogo: me gustaba más cuando me hablaban de ella. La gente que me hablaba de Martel era, en su mayoría, ese tipo de argentino "progre" que piensa que el peronismo es la raíz de todos los males de la Argentina y se siente superior moralmente a los "negros". El cine de Martel es un cine correcto, apto para la industria norteamericana como no lo sería Adrián Caetano, por decir un nombre. Me recomendaron otras películas. “La ciénaga”, “La niña santa”. No las vi. Supe más tarde que Martel iba a filmar una versión de El Eternauta y me pareció inusual. Ya de por sí, nadie lo había intentado en serio. Y era bueno ante todo que fuera una directora de este estilo y no la productora de Suar. No se trataba de hacer “La Guerra de las Galaxias” con nieve de espuma. Pero de repente, me parecía, una directora de ese “grupo de cineastas progres y cool” elegía un personaje fuerte en la cultura gráfica argentina. Decidía meterse con un personaje del pasado y reinterpretarlo, justo además cuando La Cámpora estaba haciendo lo mismo desde las banderas y el relato.  

Martel se puso en contacto con Elsa, la viuda de Oesterheld. Se informó debidamente de que toda versión cinematográfica de la historieta que se llevara a cabo, debía cumplir con una serie de pautas inamovibles. Por ejemplo, la película no puede realizarse en inglés ni fuera del país, sino en Buenos Aires, en castellano y con una decena de núcleos dramáticos que deben mantenerse firmes en relación con el planteo original. Imagino que la cancha de River es uno de ellos. Contra esto, supongo que Martel ideó una adaptación que sobrevolara, lo mejor posible, el problema del presupuesto. Filmarla afuera hubiera permitido tener un presupuesto acorde a efectos magníficos. Un Eternauta caminando por una autopista de autos colapsados, en medio de la nevada. Uno de ellos tiene las luces encendidas. En un zoom out, vemos la ciudad desierta, al mejor estilo Contagio. Estoy seguro de que Martel entendió lo fundamental de esta cláusula como límite y se dispuso a ir más allá para cumplirla. Es decir, puso manos a la obra y comenzó modificaciones para que la película estuviera, además de pautada, bien hecha. Para poder conseguir el dinero se propuso adaptar la historieta a un guión cinematográfico secuencialmente fiel, pero con pequeñas licencias que no hacían al fondo de la historia (que no es el héroe colectivo, sino la derrota; acaso Oesterheld nos esté mostrando el peor de los finales posible –no un happy end hollywoodense– para zamarrearnos y decirnos “guarda”). Martel pensó en una adaptación que implicara plantear también una actualización ya que, como dice la cineasta en una entrevista para el sitio Esto no es una revista, la transformación del mundo entre los años ’50 y ahora es enorme: “Ya es muy difícil crear la idea del enemigo. Creo que el último gran intento fue Irak y los yanquis no lograron transformar al Islam en el enemigo universal. En los ’50 lo habían logrado con los alemanes. Algo de eso está muy presente en El Eternauta; en la invasión extraterrestre hay un enemigo al que combatir y una sociedad muy homogénea socialmente que tiene que resistir a eso. Y eso que es muy encantador como metáfora, metonimias y reflexiones de la época, hoy eso ya funciona menos”. El punto se opone a la lectura que hace La Cámpora de la historieta –y más particularmente del Eternauta como símbolo aglutinador, masivo y popular. Para ellos, el personaje es una herramienta.

La lectura que hace Martel es profunda, de todos modos. Nada nos cuesta pensar que además evalúa los costos y el presupuesto que demandaría una película de época. Un pasaje de la entrevista nos da una idea: “Me parecía que la adaptación implicaba pensar en esa actualización. Lo que hice, entonces, fue pensar un mundo en el cual el enemigo éramos nosotros mismos. Pensar la invasión desde esa perspectiva. La historieta tiene algo maravilloso, indudable, para el cine que es la nieve mortífera que, como arma, es más sofisticada que los gurbos y los cascarudos. Curiosamente, en la historieta, te plantean los enfrentamientos con estos últimos como lo más difícil. Pero lo más difícil es la nieve. A los cascarudos los matan como perros, a los gurbos con más trabajo, pero con unos cuantos tiros se mueren. Entonces, lo que intenté, fue transformar la tecnología respetando lo orgánico, pero que de la nieve a los otros enemigos, el crecimiento era dramático, de terror. Una cosa muy moderna que tenía la historieta era el hombre-robot. Yo me fui más para el lado de los zombies; a los cascarudos los achiqué y eran unos bichos que infectaban a los muertos y se volvían zombies. Pero con la nieve como un paso importante en la transformación de los muertos en zombies. Le agregaba un carácter orgánico; entre la nieve, los cascarudos, los gurbos y los muertos que volvían a la vida había una continuidad.” Me parecen puntos que están buenos.
Hay épocas que no son propicias para el arte de autor. Por eso, el Eternauta de Martel es la película que no fue. Me es inevitable pensar en Borges y aquello que dice en el prólogo de El jardín de los senderos que se bifurcan: “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario. Así procedió Carlyle en Sartor Resartus; así Butler en The Fair Haven; obras que tienen la imperfección de ser libros también, no menos tautológicos que los otros. Más razonable, más inepto, más haragán, he preferido la escritura de notas sobre libros imaginarios”. Creo que Macedonio Fernández ya había inaugurado esa costumbre.
Escribo, lo sé, sobre una película que no se hizo. Planteo lecturas e hipótesis sobre un proceso posible y sobre las ideas que planteaba Martel, rastreando intenciones, referencias, etc., lo que no es fácil. Martel siente pasión por el proyecto, termino concluyendo. No busca explotarlo, trabajarlo como símbolo, ponerle los ojos de Kirchner detrás de la escafandra. Quiere filmar. Y allí está su error. Es un personaje de peso, porque funciona como símbolo cultural Está perdiendo un momento histórico como lo es reinventar al Eternauta, ser curadora de Oesterheld. Siente genuina felicidad ante la lectura de la obra; tanta, que se la apropia. Se le ocurre que Oesterheld es distraído y que se lo puede volver más verosímil: si la historia transcurriera en verano, habría muchas más ventanas abiertas y gente en la calle paseando. La nevada repentina, en pleno verano, dejaría un tendal. Yo pienso que en verano, en capital, no queda nadie. Pero en ese cambio que imagina Martel vemos que la obra ha funcionado porque permite otras lecturas. Es una obra en movimiento, no una pieza de museo. Una obra de calidad es aquella que permite más de un pensamiento. El boceto de Martel era una película de autor sobre El Eternauta, no una transposición ni una metáfora. Era una reinterpretación, como la remake que hicieron a finales de los sesenta Oesterheld y Breccia, para revista Gente. Allí, es el mismo autor el que da una vuelta de tuerca y pone el ojo en el imperialismo estadounidense y en los cómplices y siervos de turno. El Eternauta es aquí el símbolo de una lucha colectiva que busca una unidad nacional, tal como hoy lo reinterpreta La Cámpora.  Es un Eternauta con una escafandra distinta. Tomaron al personaje de Oesterheld y lo mutaron, poniéndole a Kirchner adentro. Hasta se lo nombra como el Nestornauta, a la cabeza de los pobres, de los piqueteros, de los oprimidos, de los nadies, de los apatriados, de los indocumentados, de los descamisados de ahora, de los nuevos militantes del peronismo joven. Y está bien. Su curación de la obra de Oesterheld incluyó en el personaje algo que Martel no pudo proponer: ideología popular. Es como si la reinterpretación del héroe hubiera estado al alcance de dos voluntades, de dos campos intelectuales. La Cámpora se impuso y el héroe colectivo es resultado de una relectura que encaja perfecto en un discurso y en un relato. Siempre he creído que los años ’70 cambiaron la interpretación general que hacemos del Eternauta, y que está muy emparentada con la versión que financió Vigil y que dibujó Breccia. Nos preparó para saber que el enemigo invisible viene muchas veces con un enemigo real, concreto. Nos preparó para la globalización y el imperialismo de la producción multinacional. O ahora hay un determinado tipo de lector que el Eternauta no tenía y ahora sí tiene, pero que al leerlo resignifica inevitablemente la obra. No sé, todo es posible. Tampoco digo que me desagrade o me provoque censurarlo. Fue La Cámpora y no Martel quien terminó reinterpretando al personaje. A mí no me parece un mal homenaje para Oesterheld después de todo, que fue secuestrado y asesinado por la Dictadura. Su personaje –y lo que representa en el proceso, no hacia el final– va al frente de personas que él también defendía. Por eso luchaba.


Desde que se barajó el nombre de Martel hasta que ésta se desvinculó del proyecto, pasó un año y medio. No era acaso el momento. ¿Pero por qué el kirchnerismo no filmó su propia película de El Eternauta? Entre los puntos que deben respetarse, hay uno que se vuelve determinante para la interpretación de la obra toda y de la idea del héroe colectivo: el pueblo pierde. Como destino romántico, es inigualable. Como símbolo, es diferente a la lectura de las banderas y los grafitis con aerosol: el kirchnerismo, con el pueblo detrás, nunca pierde. Por eso no se puede filmar al Eternauta sin modificarlo. También en la historieta, el final abre la posibilidad de la derrota. Y el líder colectivo, Juan Salvo, queda perdido en un eterno retorno de múltiples dimensiones. 

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