lunes, 17 de agosto de 2015

Novela negra

Una suerte de revival ha hecho ponerse de moda, otra vez, a la novela negra. Hay un enaltecimiento repentino del género. Surgió hace unos años y a lo mejor, mientras escribo esto, ya esté desapareciendo o mutando hacia otra cosa. Pero escribir policiales, en el último tiempo, se ha convertido en algo serio. Los escritores de novela policial, sea clásica o negra, venden muy bien, participan en festivales especializados del género y son jurados en concursos nacionales e internacionales. Antes, los escritores profesionales del género policial eran algo así como periodistas aburridos frente a una Remington. Uno hasta puede ver la cortina medio baja, un ventilador, el cenicero repleto, el tipo con la camisa sucia, abierta dos botones.

La nueva novela negra vende cientos de miles de ejemplares; autores y fanáticos coinciden en la fascinación que provoca el suspenso. Es porque el suspenso sugiere un orden, un universo cuya arquitectura es asequible al hombre. El suspenso es entretenido mientras dura en las novelas policiales, porque sabemos que todo el embrollo que leemos está construido para un final. Los laberintos están pensados para generar confusión, pero también están construidos para que uno encuentre la salida en algún momento. Sugiere el caos, pero es una construcción humana racional y por ende no postula el caos sino un orden. No lo notamos la mayoría de las veces porque nos entregamos al suspenso y a la excitación. El lector de novela negra hace eso. Se me ocurre que son lectores que buscan una buena historia ante todo, antes que una buena novela o un buen libro. Buscan historias que podrían ver en la televisión o el cine, pero las quieren leer. Películas adaptadas de novelas, como El secreto de sus ojos o La viuda de los jueves, difundieron el género para la gente que no lee. Como los libros de los que viene, es un tipo de cine prolijito, de manual. Quién sabe si habrán estimulado a alguien a leer ese tipo de novelas después. Leer, por ejemplo, A sangre fría de Capote. Pero sin duda, el que compra libros policiales quiere tener una filiación con el libro en la mano, con el papel. Son lectores, a su manera, románticos. ¿O no buscan acaso seguir con una tradición?

El género policial ha sido considerado por muchos como algo menor, un producto clase B. Siempre hablando de bajos fondos, de gente arruinada por la vida. Los personajes fuman y el mecanismo narrativo es siempre el mismo: el investigador está solo en su oficina. Llega una rubia a contratarlo. Hay una tensión sexual que debe ser postergada. En la primera investigación que hace, el tipo se encuentra un muerto en un baño, etc. Los lectores del género deben buscar eso, supongo. Como los que compran los discos nuevos de AC DC o los Rolling Stones. Tener más de cinco o seis libros de Agatha Christie o todas las novelas de Chandler, me parece un disparate. Es como ir a la casa de alguien y que sus únicos quince discos sean de blues. Porque eso tampoco habla de una especialización. Pero es un género pensado también por muchos escritores para hacerse cargo de un tipo de problemática social, de relaciones de poder y vinculación entre delito y política. Y debemos recordar que muchas veces, los géneros clase B, al no estar dentro del canon, al no ser observado, trabajan con total libertad. Ahí podemos encontrar muchas veces lo interesante.

A mí, el género me llegó por televisión. A fines de los 80’s daban una serie estadounidense llamada Historia del crimen una vez a la semana, por la noche. Siempre la mirábamos. Ver series en el living, un día determinado, era algo que hacíamos cuando éramos chicos.
No importa cómo se hilvane una historia policíal, todas serán más o menos parecidas. Todas son, de algún modo, un cuento de Edgar Allan Poe llamado Los crímenes de la rue Morgue. Otro cuento de Poe, La carta robada, inaugura otro modo del relato policial: aquel donde un asesino o un tesoro que desapareció, ha estado desde el momento a la vista de todos. El impacto de estas historias es muy esperado. Seguimos queriendo que nos digan que el asesino era el mayor domo.

A lo que voy –sin juicios de valor- es que el género es fácil cuando se aprenden las claves. Con una buena mano y algo de inventiva para los rasgos circunstanciales, y acertada disposición para corregir y quitar cosas, cualquier escritor puede escribir una novela policial. El policial –sobre todo el norteamericano, que parece estar escrito siempre por periodistas- es una especie de crónica. Uno la va siguiendo sin problemas. No hace falta ser un lector entrenado que se leyó Los Sorias o 2666 (no las leí, pero me refiero a su extensión; de momento siguen siendo para mí un kilo de papel y de tinta). Una de detectives se puede leer en la playa. Son mejores que las novelas de  Bonelli y no presentan dificultad en su lectura. Es escritura pop. Hay algo que no deja de ser serial en ella, y pareciera que la identidad del escritor es con la máquina en la que escribe y no consigo mismo o con la experiencia del mundo. Eso sí: los personajes son vívidos. No están vacíos. No son zombies. Se debe, creo, a otro de los pilares de la novela negra: trabajar con estereotipos. El detective de Poe, Dauphin, sentó un estereotipo de detective que luego terminó de definir –y eternizar- Sherlock Holmes. La crisis del 30 aportó una geografía urbana decadente y una moral corrupta.
La novela negra aporta un poco de orden y lineamientos conocidos frente a tanto escritor que no sólo escribe sino que también es filósofo-sociólogo-fotógrafo-cineasta-estilista, esos que surgieron –en buena hora en su momento- como contracultura del menemismo y que escriben muy bien escribiendo mal, como dijo en una entrevista Fogwill. Pasa que a todos en algún momento se nos va la mano.
Hay gente que quiere leer cosas que entienda. Un género cercano al thriller y escrito de una manera en la cual pareciera que el escritor no está presente, sino que la historia se cuenta a sí misma, parece ser una combinación ideal para muchos lectores. En el policial, el lector sabe hacia dónde se dirige. El crimen va a resolverse. El orden va a restaurarse. Esa tranquilidad le permite al lector entregarse a la evasión, al mero goce estético de la historia. La novela negra restituye la noción de trama. Se trata casi siempre de una novela sociológica que se presenta en un tiempo de crisis. La corrupción social y urbana de Estados Unidos en los años treinta, por ejemplo, uno las puede ver muy bien expuestas en las novelas de Raymond Chandler. El escenario siempre es una ciudad –El nombre de la Rosa no- donde reina la marginalidad y la violencia. A muchos les gusta proyectar su violencia con películas, libros o juegos de rol o en el sexo. Otros las reprimen haciendo ejercicio.
El crimen existe desde que existe el hombre. Relatos de crímenes impregnan los mitos, como el de Edipo o Abel y Caín o Bruto y César. Están en la Biblia, incluso. Es decir que más que un género, es un argumento de la existencia humana. Por eso funciona.

Algo muy bueno que tiene el género policial –como todo género marginado, subalterno- es que puede tomar cosas prestadas de todos los demás géneros e incluso aparecer disimulado en géneros que en apariencia no son policiales. Otras veces, el policial está tan bien escrito que no lo vemos como un policial clásico. Es el caso de El jardín de los senderos que se bifurcan de Borges o El nombre de la rosa de Humberto Eco. Eco le roba cuanto puede a la novela histórica y al arte provinciano para construir una trama y un relato monumentales. Ricardo Piglia arranca por hechos históricos y se sirve de la filosofía para escribir Respiración artificial. Faulkner, escribe un policial que no lo parece en su novela Santuario.
En cuentos como La casa en la arena de Juan Carlos Onetti o Emma Zunz de Borges, el policial –la posibilidad entrevista del policial- aparece al final. Pienso también en el policial al servicio de la ciencia ficción, como en el caso de la novela de Philip Dick llamada ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, en la que se basó Ridley Scott para filmar Blade Runner, un clásico de culto.
¿Cuántas veces hemos visto a los agentes Mulder y Scully del FBI llegar hasta un pueblo para investigar algún extraño suceso? Si pensamos que el policial juega con la corrupción, el poder y la política, ¿no sería Viaje a las estrellas un ejemplo más del género?

En lo personal, durante los últimos dos años he consumido mucho el canal ID, que todo el día se la pasa mostrando casos reales y ficcionados sobre el tema. Sigo a la espera de un caso lo suficientemente bueno como para ponerme a escribir una novela. Me gustaría poder escribir una novela buena y entretenida, es decir vendible. Y que pueda ganar un concurso que me de algún dinero para comprar un lote en un barrio alejado, que tenga un arroyo. Pasa que todos los casos se parecen tanto, que tengo miedo de caer en el simplismo. También ellos construyen un relato para la muerte.

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